lunes, 4 de marzo de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hartos








El campo está harto. Hace tiempo que se hartó de estar harto y ahora parece que, como en el circo, el más difícil todavía, llama a la puerta. Aquello de rizar el rizo o de pedir imposibles como peras a los olmos o que los ríos corran del mar a las montañas, ya está aquí.

En Madrid se han concentrado personas de todo el ámbito de eso que en un tiempo se llamó España – don Antonio Machado dijo que Madrid era el rompeolas de las Españas – y alguien, no sé quién, que era el mejor puerto. Todo puede ser verdad. La gente acudió, formó ruido y se volvió con las manos vacías.

La copla dice “arrierito es mi amante con cuatro mulas / tres y dos son del amo, / las demás suyas”. La copla lleva razón. También lleva razón aquella que habla del rocío mañanero, del calor del mediodía día, de los mosquitos de la noche. Lo cierto es que el hombre no quería ser labrador.

Desde los despachos – donde por cierto usan aire acondicionado, fresquito, fresquito en verano y calefacción en los días crudos del invierno – legislan y ahoga, lentamente, con decisiones poco comprensibles, leyes, decretos y papeles al hombre que honradamente quiere ganar el pan – no siempre con poco sudor- de cada día.

Cada Comunidad tiene una ley y la contraria; dice a su antojo y capricho lo que según algunos, conviene.  Ignoran que cuando cruzan las tórtolas, cuando vienen los zorzales o cuando un río de música estridente y lejano acompaña a las grullas que van o vienen es el imperio que determina la madre Naturaleza de la que ellos se autoproclamado defensores. Puede parecer una exageración. Hay quien no distingue una corcoja de una encina; un chaparro de una carrasca, un roble de rebollo o un cernícalo de un halcón.

Está el campo – la ganadería y la pesca, también – en una situación dura, muy dura. Crisis de precios, guerra comerciales, burocracias, gente que decide por los otros que solo - ¡y tan solo! – tienen en sus alforjas algo así como el sentido común… y a los que ignoran.

Una compañera asistió con su clase de infantil a una granja escuela. Un algarrobo, ahíto de fruto: “Venid, venid, que vais a ver, llamaba, el árbol que da los pimientos”. Naturalmente era una adalid del ecologismo… ¡Hartos de estar hartos!




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