lunes, 18 de marzo de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Judas





Es la figura prototipo de la traición. A Cristo – era de la ‘Sociedad de Jesús’ – o en la vida ordinaria de cada día. Se atribuye ese nombre a quien por cercanía, proximidad en el compartir un objetivo común o participar en un mismo proyecto, da una puñalada  - no siempre con puñal y sangrienta – a quien no lo merece.

Uno de los cuadros más excelsos  - hay quien dice, que el mejor – de Leonardo da Vinci es la Sagrada Cena. Antiguamente, en las casas, siempre había una litografía, más o menos lograda o un repujado que presidía el comedor. Hoy, las cosas cambian, ya no está. La figura de Judas sí sigue vigente, haya o no cuadro.

Pintó la obra para el duque Ludovico Sforza. Pintura al fresco, con forma de mural de considerables proporciones. Cuentan que Leonardo se subía al andamio. Permanecía allí desde la salida del sol hasta el ocaso. Se olvidada hasta de comer…

Luego, estaba varios días sin trabajar. Acudía, contemplaba, miraba y comentaba que no por trabajar más horas se produce más sino que hay que dejar que afloren las idea y, después, plasmarlas en la obra. Los genios son así.

Contrapone en el cuadro la proximidad y el antagonismo. Judas, el malo está cerca de Juan, el bueno. Y Cristo casi al lado. Lo pinta con una bolsa asida, fuertemente, en la mano. En un lugar del evangelio, cuando la Magdalena derrama ungüento sobre los pies de Jesús, él lo critica porque debía haberse dado a los pobres. Entonces, el evangelista, apostilla que no lo decía porque le importasen los pobres sino “porque era ladrón”.




Giotto, el primer pintor moderno, dicen, lo lleva, también, al lienzo. Escenifica el acto del beso. “Aquel a quien yo bese…” La figura de Cristo, hierática; la de Judas, envuelto con el manto. El tumulto, generalizado…




Ghirlandaio usa el simbolismo. Incorpora un gato, animal maléfico, unido a la traición en el mundo egipcio. Está detrás, en el suelo. Judas, de espalda al espectador.

Pululan. Solo hay que ver los telediarios. Están agazapados, amparados en la fealdad de su alma. La disimula muy bien. Reparten abrazos…

Desconocemos  el origen del Judas evangélico. Fue necesario. Su traición hace resplandecer más a quien tenía que hacerlo y, además, estaba en el círculo íntimo de Jesús, o sea, ‘de su compañía’.



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