miércoles, 8 de febrero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Victorio Macho

He tomado un tren lanzadera a primeras horas de la mañana. Me he ido a Toledo. Al sol se está bien; en las sombras, frío, mucho frío. Cielo azul; por la Sagra, el campo ya despunta; llanos esteparios, silenciosos y misteriosos. Por el camino - poco más de una hora -  paso revista a los recuerdos.

De Victorio Macho supe cuando yo era joven. El profesor de Historia del Arte, don Manuel Burgos, nos había hablado de él. Nos hizo un recorrido por sus trabajos. Nos inculcó una curiosidad que venía, principalmente, de la mano de una sus obras: el Cristo del Otero.

Victorio Macho era palentino. Su familia de las que se ganaban el pan de cada día, o sea de los que tenían que trabajar cada mañana. Su aprendizaje por Santander y Madrid. Años donde no lo conoce nadie. Despunta con algunas obras. Luego, la Guerra incivil. El exilio y el peregrinaje por medio mundo.

Era una tarde de verano. Hacía calor. Yo había llegado a Toledo siguiendo la curiosidad que siempre me ha llevado a muchos sitios. Yo tenía poco más de veinte años y en Toledo tenía varias visitas obligadas: al Cigarral de don Gregorio, a la Casa de El Greco y a la Casa de Victorio Macho.

Naturalmente, en Toledo, hay muchas más cosas que ver. Y lo vi. Uno que siempre ha gustado de ir a donde no va la gente aquella vez estuve en esos tres lugares. En Roca Tarpeya, o sea, en el jardín de la casa asomada al Tajo comprendí porqué algunos artistas eligen los sitios que escogen.

He vuelto otras veces por esa ciudad única cuando había menos turistas que hay ahora, cuando se escuchaban los pasos por las calles estrechas en las noches de estrellas lejanas y cuando no todo era un zoco de recuerdos que asaltan desde los escaparates. La última vez que estuve fue cuando la magna exposición de El Greco. Fui, como ahora,  solo. Callejeé y también reviví recuerdos.


Me quedo con aquella tarde de verano. El sol trasponía por los cigarrales de enfrente; la yedra enredada en la baranda de la terraza; en el estudio del escultor piezas expuestas para contemplación de los visitantes. Profundo y rumoroso corría, abajo, el Tajo camino de Lisboa…


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