domingo, 26 de febrero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Trenes

Tenían sus horas y sus sones. Los trenes casi nunca eran puntuales. Iban o venían.   Según por donde estaba el sol y por un pitido largo y agudo de la máquina la gente del campo – casi nadie en el campo tenía reloj – sabía qué hora era y qué había que hacer en aquel momento.

Muy temprano bajaba el Mixto. Era un tren de madera. Los vagones, largos;  por las ventanillas se dejaban ver asientos de madera y un  pasillo por medio. En el  Mixto  la gente del pueblo se acercaba a Málaga.

Un poco después, venía el Express. Era un tren de lujo.  El Express venía de Madrid que entonces estaba muy lejos; paraba solo en algunas estaciones. El niño veía el tren desde el borde de la vía  y pensaba que algún día, él, en un tren como ese recorrería tierras que estaban muy lejos.

En sentido contrario, subía; es decir, iba a Madrid, el Rápido. Debía llegar a destino, al caer la noche. Era menos ligero que el Express, pero más que los correos.  Recorría el trayecto durante todo el día.  Los viajeros veían paisajes de ríos, de montes y de campos.

¿Qué pueblo será aquel recostado en las faldas de aquel monte? Los viajeros que sabían Geografía informaban al curioso que sentía la necesidad de saber por dónde iba, y así se comenzaba una lección de ocasión que no tenía precio.

A media mañana subía el Pescaero. De tren solo tenía el nombre. Una máquina y dos vagones que chorreaban agua porque se derretían los bloques de hielo que mantenían ‘fresco’ el pescado. La mercancía tenía que llegar a Madrid antes que los viajeros que viajaban en otros trenes.

Al mediodía subían dos correos. El primero paraba en todas las estacione; el segundo, solo en las importantes. El segundo correo tenía un sello diferente a otros trenes y era algo así como un tren de tercera división.


El automotor unía ciudades de media distancia. Iba a Sevilla y a Granada. Tenía aspecto de autobús largo y un solo compartimento. Por la tarde, casi  todos los trenes eran la otra palma de los que habían circulado por la mañana. De aquellos trenes ya no queda nada; un recuerdo lejano; la añoranza de lo perdido.

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