jueves, 2 de febrero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Reguero de luz

Se va la tarde. Marca caminos en el cielo. La luz no quiere irse. Está aquerenciada como los toros se aquerencian en tablas; como los enamorados con la esquina; como las rosas con la primavera; como los jazmines con las noches de verano; como el niño con el olor del pecho de su madre.

La luz, o sea la mano de Dios, marca el camino y dice por donde el sol busca otras tierras. Dice dónde será de día, y todavía,  ella que ya está entre dos orillas, como el puente con Triana y Sevilla y no sabe con cuál de las dos quedarse… se hace remolona y mira y ve desde lo más alto y reparte toda su belleza.

Escribió don Antonio Machado aquello del “camino se hace al andar” y anda la luz en un empedrado de nubes; en el dorado intenso del cielo que se ha vestido de tonos de distinta intensidad pero con la misa esencia. Vamos para que escoja, como las niñas guapas, que traje se ponen para una noche de amor.

Los montes en el horizonte han dibujado su línea. Saben hasta donde llegan ellos; saben por dónde se les escapa la luz, que no quiere irse  y se pavonea en las alturas como los pavos reales en los bordes del caballete.

Tiene la tierra la penumbra de las sombras. Tiene la tierra el misterio de lo desconocido, de lo que aguarda y espera que pase un tiempo, solo un tiempo, el preciso para que ella asome, otra vez más, por la calle del alba y lo llene todo y lo ilumine todo, y…

Los árboles donde se arrebolan los pájaros en sus sueños, se empinan sobre ellos mismos. Son como los niños asomados a la tapia del corral para ver lo que había detrás de la valla blanca y misteriosa.

Los árboles saben que juegan con ventaja; su estatura se lo permite, Son así por naturaleza, porque por algo Dios les indicó que misión tenían en una tarde de luz aquerenciada…


La imagen puede contener: cielo, nube, crepúsculo, montaña, árbol, océano, exterior y naturaleza

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