martes, 7 de febrero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El tesoro

Madrid a la luz de la mediación de la mañana era una ciudad de sol tibio, cielo azul, y fresco agradable en la cara. Madrid hacía rato que había despertado. Los gatos cimarrones debían estar en algún recoveco. Esperan que llegue la noche y entonces, la ciudad, otra vez, será suya.

El bullicio humano llena las aceras de la calle; la calzada es de los coches. Es una masa que se mueve con velocidad uniformemente acelerada hasta el semáforo que está un poco más allá, solo un poco más allá… Se paran; reemprenden la marcha.  Y, entonces aparecen otros coches casi con los mismos colores pero con otra gente dentro.

La estación es un río humano. Los tableros electrónicos anuncian que llegan trenes desde muy lejos. Detrás de una valla metálica hay quien espera a otros viajeros. Por las cintas metálicas hay un chirrío de gemidos de ruedas de maletas. Las maletas no saben por dónde han pasado, ni de dónde vienen ni adonde van.

La estación ha perdido el olor que tenía. Ya no huele a gandinga ni a carbonilla, ni a recoveros que traían productos de los pueblos: pollos con la cresta asomando en una cesta; miel de colmenas castradas en la Alcarría; frutas maduras de las vegas de Aranjuez; pan caldeado con retamas, aulagas y leña de monte…

Tomo un taxi. El hombre es amable. Le doy la dirección. Lleva una emisora de esas que ahora proliferan tanto con música – es un decir – que es un ruido de zumbidos. Le hablo, original yo, del tiempo. El hombre me dice que ha mejorado algo; ha estado peor estos días anteriores. Es un consuelo; algo es más que nada, vamos, digo yo.

A mediodía el cielo se entoldó; los chaparrones se dieron la mano unos a otros. Luego, abrió un cielo azul velazqueño. Las nubes seguían  camino; su paso lento, parsimonioso…


Madrid con la cara lavada y sin contaminación estaba precioso Sus árboles desnudos apuntan a primavera reventona en las yemas de los plátanos orientales. Siguen las obras. Se ve que es imposible encontrar el tesoro. Lo escondieron tanto que no se percataron: el tesoro está a la vista.

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