miércoles, 15 de febrero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cicatriz

Es una hendidura que viene de arriba. Baja de los montes, al mar. Nace en la vertiente sur de la cordillera y se encajona buscando la salida natural. Su cauce atraviesa y rompe montes secos,  asolados por la filoxera y repoblados, después. Todo fue decrepitud y  ruina en el viñedo malagueño. La Málaga de siempre se quedó con su río seco; partía, en dos, la ciudad.

El Guadalmedina, redundancia de nombre, es el río de Málaga. Es un río sin cauce continuo, es decir, sin caudal. Saca agua cuando las tormentas de otoño hacen de las suyas y descargan torrencialmente. Periódicamente arrasaba los barrios colindantes. Subían los muros; se hacían más contrafuertes. Una lucha sórdida y desigual…

La solución vino con la construcción del Pantano del Agujero. Una oquedad en su pie de presa permite salir solo el agua que admite el cauce del río. En la parroquia de San Juan una lápida de mármol recuerda la altura a la que llegaron las aguas en una de las muchísimas riadas contabilizadas. Eso ya era historia.

Cada cierto tiempo hay alguien que recuerda la necesidad de una solución a esa cicatriz. Hasta la mediación del siglo XX el río dividía: la Málaga rica y burguesa, al este; la Málaga de mucha necesidad al, oeste. Hoy ya no es así.

La Málaga del Perchel y de la Trinidad se hizo tan grande que compitió con la otra. Fue el crecimiento natural hacia la llanura por la que entra otro río, ese sí, con más entidad, el Guadalhorce.
Ahora parece que vuelve a resurgir ese deseo de dar una salida. Hay un cierto runrún que pide medidas integrales. Dejar a un lado intereses muy particulares y mirar a Granada, Almería o a Valencia que con problemas parecidos han encontrado soluciones.


No es fácil. En Málaga, menos. Sigue sin acabarse la Catedral.  Ya ven aquí solo se dan término a las obras de las tabernas para hacer bueno el dicho “Málaga ciudad bravía, la de las mil tabernas y una sola librería”.

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