domingo, 2 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fiestas


                                                

No, no tiene nada que ver con la novela de Ernest Hemingway;  él la tituló en singular y argumentaba de otra cosa. No. No tiene nada que ver con ese calendario que, periódicamente, pone una pincelada en rojo a un día cualquiera y, que algunos prolongamos con algo tan sabroso y que llamamos: ‘puentes’. No, tampoco.

En primavera comienza el rosario de fiestas: Semana Santa, Rocío, Ferias, Romerías; en verano se unen otras. Son más o menos el mismo pelaje; en Navidad, villancicos y pastorales, Nacimientos y peces en el río y comidas y felicidad por decreto ley. En Navidad hay que ser feliz por decreto.

Teníamos vacío el otoño. ¿‘Jalogüin y cementerios y muertos?; era poco. No es cuestión de sacar Cristos y Vírgenes a la calle, ni carretas por caminos polvorientos, mariposas en el aire y por dentro, y compases de capa que se abren cuando el clarín dice que se cambia de tercio. No, no. Hemos dado en sacar a la calle los furgones celulares de la Guardia Civil.

Toda España conoce la fachada de la calle Prim número 12 de Madrid, el paisaje serrano que rodea Soto del Real o el de Sevilla II o el de Alhaurín de la Torre. España abre un nuevo atlas en la salita de estar de su casa. Lo muestra, todos los días, el telediario. Procesionamos corruptos de camino entre los juzgados y la cárcel.

Concepción Arenal acuñó: ‘odia el delito y compadece al delincuente’. Llevaba razón. A veces, separar las lindes es doloroso. Difícil. Se sube la sangre a la garganta. España aguantó lo indecible y mereció una Democracia. España no merece que un grupo liquide lo que costó tanto.


A uno le pide el cuerpo cosas muy raras. Tiene que reprimirse.  Los furgones celulares de la Benemérita son antiestéticos y feos. Me gustaría ver en los telediarios otras cosas más hermosas. Apuesto que, a usted, también. 

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