No, no tiene nada que ver con la novela de Ernest Hemingway;
él la tituló en singular y argumentaba
de otra cosa. No. No tiene nada que ver con ese calendario que, periódicamente,
pone una pincelada en rojo a un día cualquiera y, que algunos prolongamos con
algo tan sabroso y que llamamos: ‘puentes’. No, tampoco.
En primavera comienza el rosario de fiestas: Semana Santa,
Rocío, Ferias, Romerías; en verano se unen otras. Son más o menos el mismo
pelaje; en Navidad, villancicos y pastorales, Nacimientos y peces en el río y
comidas y felicidad por decreto ley. En Navidad hay que ser feliz por decreto.
Teníamos vacío el otoño. ¿‘Jalogüin y cementerios y muertos?;
era poco. No es cuestión de sacar Cristos y Vírgenes a la calle, ni carretas
por caminos polvorientos, mariposas en el aire y por dentro, y compases de capa
que se abren cuando el clarín dice que se cambia de tercio. No, no. Hemos dado
en sacar a la calle los furgones celulares de la Guardia Civil.
Toda España conoce la fachada de la calle Prim número 12 de
Madrid, el paisaje serrano que rodea Soto del Real o el de Sevilla II o el de
Alhaurín de la Torre. España abre un nuevo atlas en la salita de estar de su
casa. Lo muestra, todos los días, el telediario. Procesionamos corruptos de
camino entre los juzgados y la cárcel.
Concepción Arenal acuñó: ‘odia el delito y compadece al
delincuente’. Llevaba razón. A veces, separar las lindes es doloroso. Difícil.
Se sube la sangre a la garganta. España aguantó lo indecible y mereció una
Democracia. España no merece que un grupo liquide lo que costó tanto.
A uno le pide el cuerpo cosas muy raras. Tiene que
reprimirse. Los furgones celulares de la
Benemérita son antiestéticos y feos. Me gustaría ver en los telediarios otras
cosas más hermosas. Apuesto que, a usted, también.
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