martes, 11 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Abilio

                                               

El comedor de Casa Abilio está al fondo, al final de un pasillo ni largo ni corto, escoltado de mesas, pegadas a la pared porque el espacio no da para más. Al comedor se entra por una puerta, escorada a la izquierda y con visillos de encajes que otorgan más intimidad.

El comedor de Casa Abilio puede pulsearse con cualquier otro comedor que se precie. No envidia a nada ni a nadie y, además, tiene dos ventanas por las que entra la luz desde las primeras horas de día. Nunca molesta el sol ni la excesiva claridad. En la pared se cuelgan unos cuadros diminutos, excelentes de Eloy Arana…

El techo del comedor está cruzado por vigas de hierro; sostienen pequeñas bóvedas de ladrillo visto. Todo es rústico; todo es típico, como es típico el trozo de mármol de lo que fue fuente en la Veracruz que tienen a la entrada.

La esencia del comedor de Casa Abilio no está en lo que yo les he contado. No. Por supuesto que no. La esencia está en el otro extremo. En una habitación pequeña, diminuta, con una pequeña ventanita que se llama cocina.

Oigan, ahí dentro hay un genio de la gastronomía. Lo borda. Crea, innova, sorprende… Abilio Pedro, que es su nombre, tiene el don de la Gracia de Dios y, además, la fuerza del trabajo del que está ilusionado con lo que hace.

Entre la cocina y el comedor hay una pequeña barra. La atiende el padre. También se llama Abilio y es quien da nombre a la empresa. Adusto, serio, imperante. No se deja avasallar por nadie. Paco Rengel, en una ocasión, me dijo: “si hubiese nacido unos siglos antes éste no se escapaba de un cuadro de El Greco”. Abilio es toledano…

Entre la cocina y el comedor yo no sé cuántos kilómetros – y miren que el espacio es corto – hace Gregorio. Gregorio atiende en sala. Gregorio, como estrellas de graduación  lleva a la vista de todos,  la profesionalidad…


Aquí no les hablo ni de carta, ni de menú, ni vinos, ni de repostería… No. Eso lo dejo para que lo descubran ustedes. Por cierto yo, de postre, siempre pido el número 7. Gregorio y yo nos entendemos…

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