jueves, 20 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Vendaval

                                            


Hace tiempo “SUR” publicaba una noticia escalofriante. Un hombre pedía volver a la cárcel. Una historia, para pensar. Había pasado  más de cincuenta años por distintas prisiones de España y, ahora, que lo dejaban en libertad en la de Granada pedía reingresar. No tenía a nadie. No sabía hacer nada. No tenía a dónde ir. La cárcel, decía, está en la calle. ¿Cómo le ponemos a esto?

Una mujer linchada por la buitrería (la palabra no existe, pero da lo mismo) nacional se revuelve por lo contrario.  Se enfrenta a una condena. Isabel espera - desesperada - la entrada en prisión. España convulsa y desorientada da bandazos sin sentido. Quien lo tuvo todo y quiso más. Demasiada inmoralidad.

Vientos de poca vergüenza asolan las tierras de España. Se ofende, se dilapida... Unos  perdieron el norte (y el sur, y los otros dos puntos cardinales) hace mucho tiempo. Eran tiempos de rosas y jet set. La gloria y la fiesta no terminaba nunca. Y, si además, era con dinero de otros…

Hay una cosecha excelente de mediocridad. Unidades móviles y cámaras hacen guardia, día y noche, ante la puerta de una casa. ¿La primicia  del hallazgo de la vacuna contra el cáncer, por ejemplo? No, no… la salida hacia la cárcel de una señora que va a cumplir condena.

El pueblo llano, como en la comedia de Lope, pide Justicia (con mayúscula). Me decía un amigo que los jueces aplican la justicia que les ponen en la mano los políticos. A veces tiene tufillo de que está hecha casi a medida de algunos.


Aquel pobre hombre estaba tan perdido como los pajarillos en las noches de feria cuando comienzan a subir cohetes.  Arrancan el vuelo;  cruzan el cielo desorientados. No van a ninguna parte. No saben de dónde le viene todo; Isabel zarandeada por el vendaval ¿se preguntará como el maestro Quintero: “El día que nací yo qué planeta reinaría…?

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