viernes, 9 de febrero de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mujer bajo la lluvia

 


9 de febrero, viernes, El día amaneció lluvioso, gris. No era una lluvia intensa ni fuerte, no. No era esa monotonía que cae sin dar un momento de respiro, no. No era ese anuncio que, a modo de mensaje, envía desde el telediario el hombre del tiempo y aconseja que no se salga de casa, no. Eran espurreos de una borrasca que dicen que entró ayer de madrugada.

Por el cristal de la ventana corrían las gotas de agua. Era, primero, ese vaho que empapa y parece que no moja, y luego se condensa y ya se sabe... Era eso que en otros sitios lo llaman de maneras diferentes: orvallo, pamplineo, calabobos - ¡por cierto, qué nombre más feo! – sirimiri y, entonces, pasaste tú. La radio informó que había llovido fuerte en esas horas que vienen un poco antes del alba en otros lugares.

Ibas bajo un paraguas. Caminabas con paso firme, seguro. Sabías a dónde ibas. No te detenías ni ante los escaparates, ni mirabas a ninguna parte, ni te importaban los charcos que se habían formado entre las losas de la acera. Seguías la dirección que lleva quien sabe qué quiere y lo que quiere. Eras tú.

Las gotas de agua, al unirse entre ellas, estrelladas contra el cristal de la ventana corrían despavoridas. La diferencia de temperatura entre el interior y la calle le ponían una película vaporosa. Todo estaba como borroso. Dificultaba la trasparencia. Las gotas bajaban asidas unas a otras hasta el filo del quicio de la ventana y, allí se quedaban… Pero, eras tú.

Pasó un coche; luego, otro. Dejaban una estela de ruido sordo. Era como un rumor que no se paraba. Sonó un claxon. Quizá quiso romper la magia del momento. A lo mejor, no. Lo hizo por inercia. Sin saber por qué lo hacía.

Seguías tu marcha. Te alejabas. Seguiste tu caminar con paso firme bajo el paraguas… Esquivaste a alguien que bajaba – no lo he dicho antes, tú subías – en sentido contrario al tuyo.

Tu imagen estaba difuminada. Los contrastes de los colores y la luz dejaban una figura borrosa. Tenías dos marcos: el de la ventana y el de la luz. Las gotas de agua daban la belleza de la Gracia de Dios que se venía para darte el encanto y el misterio que siempre llevas contigo…

Te vi pasar. Seguías tu camino. Desde detrás del cristal, amparado en no sé qué postura de pasividad, te dejé seguir… Eras tú.

 

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