domingo, 18 de febrero de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un entierro con acompañamiento musical


              


19 de febrero, lunes. Portòl está en la llanura de Mallorca, casi en el centro de la isla, entre la sierra de Tramontana por el norte, y el mar por el sur, a medio camino entre Santa María del Camí y Sa Cabeneta. Pertenece a ese municipio ‘raro’ – porque agrupa un puñado de pedanías – que se llama Marratxi y tiene casi cuatro mil habitantes censados; en verano, más.

Comemos en Ca’s Tord, bien – mejor la compañía que las viandas –. Compartimos mesa: mi amigo Joan, y su mujer, Aina; su hija que se llama también como su madre y es una de las personas más dulces y encantadoras que uno puede tener la suerte de encontrar; con Miquel que fue director del Teatro Principal de Palma y que tiene una experiencia negativa de cuando repitió ir al Chinitas, el nuestro, y ya no es lo que era. Se lo digo y lo entiende, y con su mujer María de Lluc que me habla de Sa Calobra y de otras muchas cosas.

 


Recordamos a Federico: “En el café de Chinitas / dijo Paquiro a su hermano / soy más valiente que tú / más torero y más gitano”. Me avisan del impacto negativo de la avalancha de cruceros. En Mallorca, me dice, Aina, nos han arrinconado, nos han dejado sin espacio…

Campos de algarrobos, almendros en flor y olivos; pastan ovejas. La carretera entre Buñola y Santa María, estrecha, de buen piso; de Santa María y Portòl, a ambos lados, muros de piedra. Pienso en una avería, en un estacionamiento forzoso, en… Deberían prohibir la construccion dejando sin arcenes la carretera. Me lanzan la respuesta a modo de pregunta ¿sabes tú lo que se paga aquí por un metro de tierra…?

 


Las paredes de Ca’s Tord son de piedra. El interior muy original. En los postres me proponen asistir al entierro de la sardina cuando caiga la tarde. Acepto. Eso de conocer la España profunda es algo que no tiene precio.

Entre dos luces arranca la comitiva. La abre un puñado de hombres de negro y encapuchados con una guadaña en una mano; en la otra, una antorcha. Tienen pintadas las caras de blanco. Sobre un trono, la sardina. Un simulacro de presidencia: un religioso y unas ‘monaguillas’ de azul y roquetes blancos, impolutos, con bordados de primor; una cohorte de plañideras, de riguroso luto, van delante de una banda de música. Tocan, ¡la Saeta! de Serrat. Cuando llegan a una plaza, en una hoguera queman la sardina…

 


España profunda y desconcertante; “de charanga y pandereta”. Lo dijo don Antonio Machado.




 

 

 

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