5 de diciembre, lunes. Llueve. Llueve desde hace un
rato. Verán, todo comenzó en la declinación de la tarde. Unas nubes plomizas,
prietas de negrura entraron con paso decidido desde la parte de la Sierra de Alcaparaín,
de Sierra Blanquilla, de la Sierra de la Nieve… De la parte de esas sierras que,
cuando les parece, cortan los vientos que vienen del Estrecho. Esta tarde, no.
Al rato, el viento de poniente
agitaba con fuerza las banderas. Ellas, las banderas se asían a los extremos más
altos de los mástiles que es su sitio, y temblaban con un repiqueteo azaroso,
inquieto, como cuando los nervios se apoderan de nosotros porque viene algo
grande y ese algo grande que viene ya está aquí.
Luego el cielo se entoldó. El tibio
sol dorado de la tarde – como aquellos besos que nos daban nuestras madres
cuando por la mañana salíamos camino de la escuela con la cara lavada y recién peinados
y nos decían: que seas bueno y atiendas al maestro ¿se acuerdan? – se fue yendo, poco a poco, y se ocultó por detrás del Monte Redondo.
Apareció un rumor sordo, compacto,
como cuando cantan los ángeles con la boca cerrada. Caían goterones sobre los
pámpanos de la parra que ya llegan a su final y ahora se muestras de color de
tabaco de puros y han perdido el verde del verano. Los pámpanos soportaban el
chaparrón que se les venía sobre ellos y en su gemir aguantaban la primera
lluvia de verdad de este otoño. Algunas gotas se quedaron posadas sobre las
ramas para hacerte competencia a los jazmines…
Se han recogido temprano los pajarillos,
¡qué saben los gorriones! Han cogido su sitio de privilegio entre el ramaje
tupido de los cipreses que bordean la alberca. Otros pajarillos se las han
buscado por el ramaje de los álamos, en el soto del río…Se han quitado de en
medio los gatos. El agua es a lo que más temen los gatos y han buscado refugio
¡sabrán ellos dónde! Están recogidas las palomas en el palomar.
Bendito seas, mi Señor, por la
hermana lluvia. Esta tarde has escuchado la plegaria de la gente del campo, de
los que han enterrado la sementera bajo la capa del barbecho, de los que buscan
los pastos de yerba nueva, de la gente de bien que te la pide porque la
necesitamos.
Bendito sea Dios.
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