jueves, 15 de diciembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Por estos días


                           


    Nacimiento instalada en la iglesia de la Vera Cruz. Álora (Málaga)


15 de diciembre, jueves. El niño, con otros niños, iba por estos días al campo – aún no conocía aquello de Juan Ramón, “al campo por romero y por amor” – a por aulagas y arbolinas, por romero y por tomillo, por ramitas de encinas, por pitas, aprendices de pita, que solo tenían unos centímetros…

El niño, con otros niños, iba a las carpinterías del pueblo y pedían serrín de la madera que los carpinteros dejaban caer al suelo y permitían que ellos lo recogiesen… Y hacían también acopio de virutas que tenían el destino señalado.

El niño, con otros niños, subía por la jerriza y por el Peñón Gordo y por el Hachuelo y por el Visillo del Rapagón y buscaban piedrecitas que tenían una configuración rara y que servían para dar sensación de montañas más naturales que el lugar de donde ellos habían recogido el arsenal.

El niño, con otros niños bajaban por la Cuesta del Río y pasaban por debajo del puente de la vía y bajaban hasta el río, y unas veces allí y otras, al otro lado, cuando pasaban el palo, buscaban unas chinas diferentes, distintas… Era el encuentro del arroyo Jévar con el río. El arroyo y el río las traían de no se sabía dónde, y a la vuelta, buscaban gandinga de las máquinas del tren.

El niño, con otros niños, iba a la droguería de El Pintor, en la Fuentarriba, en la esquina con la calle de La Parra o a la del “Tuerto”, frente a la Vera Cruz. El hombre no se llamaría así, pero era la manera de nombrarlo la gente mayor. Compraban anilina verde y tintaban el serrín y hacían praderas donde pastaban vacas y un hombre araba el campo y en un pozo bebían las palomas de escayola…

El niño y otros niños, montaban un nacimiento en sus casas. Aquellos nacimientos no tenían luz eléctrica, pero tenían patos que nadaban por un río de papel de plata, y lavanderas y cabras que ramoneaban en el monte, y un rey malo que vivía en un castillo, y tres reyes en camellos... Y un portal de Belén, donde a un Niño – que era más pequeño que ellos – le quitaban el frío un buey y una mula…

Y por unos días, aquel rincón de la casa – el niño y los otros niños iban y venían de unas casas a otras – olía a campo, a tomillo, a aulaga… a ilusión. 

                          

 

15 de diciembre, jueves. El niño, con otros niños, iba por estos días al campo – aún no conocía aquello de Juan Ramón, “al campo por romero y por amor” – a por aulagas y arbolinas, por romero y por tomillo, por ramitas de encinas, por pitas, aprendices de pita, que solo tenían unos centímetros…

El niño, con otros niños, iba a las carpinterías del pueblo y pedían serrín de la madera que los carpinteros dejaban caer al suelo y permitían que ellos lo recogiesen… Y hacían también acopio de virutas que tenían el destino señalado.

El niño, con otros niños, subía por la jerriza y por el Peñón Gordo y por el Hachuelo y por el Visillo del Rapagón y buscaban piedrecitas que tenían una configuración rara y que servían para dar sensación de montañas más naturales que el lugar de donde ellos habían recogido el arsenal.

El niño, con otros niños bajaban por la Cuesta del Río y pasaban por debajo del puente de la vía y bajaban hasta el río, y unas veces allí y otras, al otro lado, cuando pasaban el palo, buscaban unas chinas diferentes, distintas… Era el encuentro del arroyo Jévar con el río. El arroyo y el río las traían de no se sabía dónde, y a la vuelta, buscaban gandinga de las máquinas del tren.

El niño, con otros niños, iba a la droguería de El Pintor, en la Fuentarriba, en la esquina con la calle de La Parra o a la del “Tuerto”, frente a la Vera Cruz. El hombre no se llamaría así, pero era la manera de nombrarlo la gente mayor. Compraban anilina verde y tintaban el serrín y hacían praderas donde pastaban vacas y un hombre araba el campo y en un pozo bebían las palomas de escayola…

El niño y otros niños, montaban un nacimiento en sus casas. Aquellos nacimientos no tenían luz eléctrica, pero tenían patos que nadaban por un río de papel de plata, y lavanderas y cabras que ramoneaban en el monte, y un rey malo que vivía en un castillo, y tres reyes en camellos... Y un portal de Belén, donde a un Niño – que era más pequeño que ellos – le quitaban el frío un buey y una mula…

Y por unos días, aquel rincón de la casa – el niño y los otros niños iban y venían de unas casas a otras – olía a campo, a tomillo, a aulaga… a ilusión.

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