viernes, 2 de diciembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Campanas

 

 

        Espadaña de la iglesia de la Vera Cruz. Álora (Málaga)

 

2 de diciembre, viernes. La UNESCO acaba de reconocer en una sesión celebrada en Rabat el toque de campanas en España como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Más de ocho mil municipios en nuestro País aún tañen sus campanas. En otros países de Europa esa tradición ya está casi perdida.

Tradicionalmente, el toque de campanas era un lenguaje conocido por los vecinos. Cada toque difundía un mensaje: a muerto, a gloria, a oficio divino, a tragedia – la mayoría de las veces, a fuego, - en incluso en la España vacía, en ocasiones, anunciaban la llegada del vendedor ambulante de frutas, verduras o artículos de primer orden.

Al oficio sagrado (misas, rosarios, triduos, quinarios, septenarios o novenas) se llamaba con tres toques, o sea un tañido lento, y después de una pausa, el badajo golpeaba en la campana una, dos o tres veces. Entonces, el pueblo sabía de la proximidad del acto. Los toques se espaciaban cada cuarto de hora.

Al rezo del Angelus – la oración del medio día – era la señal para los obreros del campo de que había llegado la hora el almuerzo (en algunos lugares, el almuerzo lo realizaban a media mañana). Es proverbial el texto de Baroja cuando los pescadores, en la mar, al escuchar el tañido de las campanas paran la faena y rezan el Angelus. El de la tarde significaba – se trabajaba de sol a sol – el final de la jornada.

Al toque entierro se le conocía por el doblar lento, parsimonioso y alternado dos tañidos de campana grave, con otro de campana agudo… Si alguien moría, se le comunicaba al vecindario con siete o cinco campanadas secas, en información de si era hombre o mujer.

A gloria se tocaba con un repique alegre. Era la comunicación propia de las fiestas Resurrección, del Corpus Christi, la Ascensión, la Asunción de María, la festividad de la patrona o la salida de alguna procesión a la calle.

Hemingway las usó para dar título a una de sus novelas: Por quién doblan las campanas; Jorge Sepúlveda cantaba a las Campanitas de la Aldea. Y Rosalía de Castro en unos versos bellísimos: “Campana de mi lugar / tú me quieres bien de veras / cantaste cuando nací / llorarás cuando me mueras”.

El mal entendido progreso ha elevado protestas y alegan que el ruido (evitan la palabra tañido) de las campanas es una contaminación acústica que molesta en los días de descanso… Ya se sabe: de todo hay en la viña…

 

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