6 de
noviembre, domingo. El viento de levante entoldaba el cielo. En la
lejanía, la Sierra de Monserrat recortada entre nubes. El río Llobregat baja oculto
por una vegetación de ribera enmarañada. A ambas orillas, los payeses tienen
huertos de coles, brócolis, patatas y algún resto de un maizal del verano ya
sin mazorcas.
Un poco más allá, en La Palma
de Cervelló, la familia Dot tiene su vivero (el fuerte de producción está en
Begues). Es la tercera generación de roseristas, descendientes de Pere Dot
Martínez. El vivero está, casi a pie de carretera, en un bancal, en la pendiente
que baja hacia el río.
Un señor alto, de cara enjuta,
pelo canoso casi blanco, delgado y de tan pocas carnes que diría que está en un
estado de forma envidiable. Viste ropa de faena. Me presento. Le digo que busco
al señor Pere Dot.
Esboza una sonrisa, me tiende
la mano abierta mientras la alarga hasta estrecharla con la mía:
-
Soy yo, ya tenía ganas de conocerlo.
Le digo que yo, también, porque
es un honor y porque quiero hacer un pedido bajo su consejo. Sé que el tiempo
juega en mi contra… y el hombre, no me deja continuar: aproveche porque será el
último. Me llega la jubilación. Me cuenta algo que yo ya sabía y que sus hijos
no van a continuar. Le digo que desde que su abuelo anduvo principios del siglo
XX por París y Bruselas ¡Cuánto han aportado al mundo de las rosas! Casi no le
dio importancia. La gente de valía es así.
Hablo con señor Pere Dot de
otras cosas. En la Guerra Civil una revista norteamericana escribió a Franco
pidiéndole que no bombardeara los rosales de Dot, porque el jardinero,
argumentaban, había creado tanta belleza como Velázquez o Goya.
Sobre un catálogo me marcó algunas
variedades: Joana Mariano, Linda Porter,
Luarca, Miami Playa, Mme. Meilland, Blensing, Tiffany… Yo asentía. Hablamos
también de la roya, y del mildiu y de la mancha negra, y del pulgón, y de la
araña roja y de la cochinilla. Y de lo puñetera que son las enfermedades, de muchas
cosas del mundo de las rosas. Me sentía gozoso por estar el sancta santorum de las rosas (su familia
ha creado más de 160 variedades), con
alguien como el señor Pere Dot, una autoridad mundial que me aconsejaba y
dedicaba su tiempo, sin prisas, con una amabilidad exquisita, mientras el
viento de levante mantenía la humedad y entoldaba el cielo.
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