domingo, 6 de noviembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El señor Pere Dot



6 de noviembre, domingo. El viento de levante entoldaba el cielo. En la lejanía, la Sierra de Monserrat recortada entre nubes. El río Llobregat baja oculto por una vegetación de ribera enmarañada. A ambas orillas, los payeses tienen huertos de coles, brócolis, patatas y algún resto de un maizal del verano ya sin mazorcas.

Un poco más allá, en La Palma de Cervelló, la familia Dot tiene su vivero (el fuerte de producción está en Begues). Es la tercera generación de roseristas, descendientes de Pere Dot Martínez. El vivero está, casi a pie de carretera, en un bancal, en la pendiente que baja hacia el río.

Un señor alto, de cara enjuta, pelo canoso casi blanco, delgado y de tan pocas carnes que diría que está en un estado de forma envidiable. Viste ropa de faena. Me presento. Le digo que busco al señor Pere Dot.

Esboza una sonrisa, me tiende la mano abierta mientras la alarga hasta estrecharla con la mía:

-         Soy yo, ya tenía ganas de conocerlo.

Le digo que yo, también, porque es un honor y porque quiero hacer un pedido bajo su consejo. Sé que el tiempo juega en mi contra… y el hombre, no me deja continuar: aproveche porque será el último. Me llega la jubilación. Me cuenta algo que yo ya sabía y que sus hijos no van a continuar. Le digo que desde que su abuelo anduvo principios del siglo XX por París y Bruselas ¡Cuánto han aportado al mundo de las rosas! Casi no le dio importancia. La gente de valía es así.

Hablo con señor Pere Dot de otras cosas. En la Guerra Civil una revista norteamericana escribió a Franco pidiéndole que no bombardeara los rosales de Dot, porque el jardinero, argumentaban, había creado tanta belleza como Velázquez o Goya.

Sobre un catálogo me marcó algunas variedades: Joana Mariano, Linda Porter, Luarca, Miami Playa, Mme. Meilland, Blensing, Tiffany… Yo asentía. Hablamos también de la roya, y del mildiu y de la mancha negra, y del pulgón, y de la araña roja y de la cochinilla. Y de lo puñetera que son las enfermedades, de muchas cosas del mundo de las rosas. Me sentía gozoso por estar el sancta santorum de las rosas (su familia ha creado  más de 160 variedades), con alguien como el señor Pere Dot, una autoridad mundial que me aconsejaba y dedicaba su tiempo, sin prisas, con una amabilidad exquisita, mientras el viento de levante mantenía la humedad y entoldaba el cielo.

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