domingo, 20 de noviembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La casa de mis amigos


 

         Casa de La Toscana (Italia)


20 de noviembre, domingo. Hace unos días me invitaron a comer en su casa. Mis amigos viven en un lugar privilegiado. Tienen una casa preciosa recostada en la ladera, entre la cumbre y el río que hace meandros, entre una vegetación de ribera, en la vega. Mis amigos han habilitado una casa antigua. La han reformado con un gusto exquisito. Los detalles ponen las pinceladas oportunas. Cada cosa tiene su sitio. Han sacado todo el partido posible a los lugares más pintorescos, a los rincones con encanto, a los espacios únicos.

La casa de mis amigos está bajo un cielo espléndido. Fue lo primero que admiré cuando llegué y traspasé la cancela de forja. La casa de mis amigos – ustedes me dirán que todas las casas tienen un cielo – tiene un cielo diferente. Diáfano, abierto al horizonte, a los espacios libres por donde transitan las nubes, los pájaros y el viento. En la lejanía, las montañas recortadas en el horizonte ponen ese punto tan especial y al que nosotros lo llamamos paisaje.

Mis amigos tienen la suerte de vivir en un museo hecho por hechos. Impera el buen gusto. Allí no sobra ni falta nada. Manda el arte en todas sus manifestaciones: pintura, escultura, cerámica, forja, objetos que en algún otro lugar uno se preguntaría que para qué… pues allí, en su casa, no; allí ocupan el poyete del porche, el testero adecuado, el arriate oportuno.

Desconozco si ellos son conocedores de todo lo atesorado entre las paredes blancas y bajo el tejado pardo de teja moruna de su casa. El mobiliario conserva el sabor de lo antiguo restaurado, bellísimo. Lo han dotado, además, con el sello propio de quien sabe qué quiere y por qué lo quiere.

Mis amigos tienen una librería excepcional. Miles de libros. Ediciones esmeradas, libros antiguos… Probablemente – es más estoy seguro – desconocen el número de volúmenes que se cobijan en los anaqueles de sus paredes. La biblioteca principal – otras habitaciones también llenan sus testeros con libros – tiene unos amplios ventanales. Entra la luz. Uno solo tiene que alcanzar la obra y entregarse a la lectura o a admirar el paisaje abierto al otro lado de los cristales.

A veces el azar proporciona sorpresas. Un día cualquiera, inesperado, en un lugar diferente… Es el momento de recargar las pilas, de sentirse agradecido a la hospitalidad y a la vida que lo llevó allí para admirar tanta belleza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario