domingo, 21 de febrero de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El maestro Alcántara

 

 

 

 


 

Se inauguraba aquella noche una exposición de Jaime Rittwagen en Benedito. La galería, Niño de Guevara 2, esquina a calle Granada acogía una muestra del pintor Naïf más importante que, actualmente, tiene Málaga.

La aglomeración era enorme. Gentes que aman el arte; los que acuden a esos actos como las moscas a los pasteles; los amigos y conocidos, esos que te dan unos abrazos que hacen que crujan más de la mitad de los huesos del esqueleto; los que pasaban por allí; los que tienen una cierta cercanía porque forman parte del círculo del artista…

Los impertinentes acosan con preguntas indiscretas y fuera de tiempo. Tiene el don de la inoportunidad y suelen aparecer en los momentos más insospechados. El maestro había pasado una mala rachilla de salud. Lo acribillaban:

-         Manolo ¿cómo estás?, Manolo, ¿me conoces?, ¿Manolo ¿lo has pasado mal, no?...

En un momento determinado, harto, me dice:

-         Sácame de aquí…

Comencé a andar sin levantar los pies del suelo, muy despacio. Es la mejor manera que tiene uno de irse de un sitio sin que nadie se percate de ello. Él se pegó a mi espalda.  Al ratillo, entre sonrisas, vociglerío, inclinación de cabeza y un ‘me alegro mucho de verte, ¿todo bien?’, habíamos alcanzado la puerta de la calle. De allí, el maestro decidió que nos iríamos al Pimpi, solo un poco más arriba de la calle, a mano derecha, conforme se va hacia la Plaza de la Merced…

En la barra me habló, me habló con aquella manera que él tenía de hablar con la mirada y me contó cosas. Esas cosas que a uno se le quedan impresas en ese disco duro que se llama alma… En un momento de la conversación hizo una pausa, me miró fijamente y me dijo. Recuerda bien esto:

-         “Tengo mis dudas que al Niño Grande lo dejen reinar; somos la última generación que a este País lo llama España; somos los últimos que comemos, a partir de ahora la gente se alimentará…!

Han pasado muchos años. El maestro ya no está con nosotros. Con solo aguantar un telediario – da igual de qué cadena – uno asiente como si las palabras fuesen de ayer tarde, y cobra realidad todo eso que aquella noche, en la barra, me decía el maestro Alcántara, mientras el bullicio y el gentío abarrotada la sala de exposiciones de Benedito, de la que habíamos huido…

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