martes, 26 de noviembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Paz del pueblo





Desde la lejanía, el pueblo es una pincelada blanca de tejados rojizos en medio de encinas centenarias.  No transita casi nadie por la carretera que me ha traído hasta aquí;  paredes de piedras secas, a ambos lados, separan las propiedades en la dehesa.  Vacas, cochinos,  ovejas que se acercan a beber a una charca…  He llegado  sobre mediodía.  A esa hora, el sol, ya alto,  no proyecta las sombras. El pueblo sosegado y claro. La luz reverbera en  las fachadas blancas.

Paso por delante de la ermita; está cerrada. Me he detenido un momento. Busco algo de orientación pero en el fondo es una excusa. Respiro. Me siento a gusto. Cruzo varias calles. Amplias, diáfanas.  A ambos lados, casas grandes, solariegas. Tienen más fondo que fachada. Están cerradas las puertas; ventanas con rejas.  No hay gente en la calle.

Desde la carretera  veía cómo sobresale la torre de la iglesia por encima de los tejados.  El edificio de la iglesia, enorme; la torre, de piedra, tiene varios cuerpos y ventanales en el último para el volteo de las campanas. La torre está rematada por una veleta y, desde el último, hasta llegar a la veleta, un enladrillado de azulejos azules y blancos le da un toque distinto.

Llego a la casa de mi amigo. Es una casa grande; muy grande. Unas reformas le han abierto una puerta – que también está cerrada – justo al costado. Son como aquellas puertas de servicio que antiguamente comunicaban con el interior y llevaban al visitante hasta lo más profundo de la casa.

La puerta principal – tiene un escalón alto -  estaba entreabierta. Una cadena pequeña dejaba solo una rendija… La casa de mi amigo tiene la frescura que dan las casas muy grandes en la que el sol no calienta más allá de los muros de piedra. A ambos lados tiene habitaciones pero la vida se hace en el interior. Más al interior. Dependencias grandes, una cocina muy espaciosa; una chimenea – servida la acogida de hogar y de amistad - da lumbre y calor en invierno…

La casa de mi amigo termina en un patio enorme. Mi amigo tiene un huerto primoroso con hortalizas, frutales, unos parrales ahítos de racimos,  unos naranjos que se pespuntean de azahar en primavera, un pequeño invernadero donde consigue fresas, un azufaifo que lo invade todo; un corral con gallinas en uno de los laterales… Pongamos que hablo de Encinasola.



1 comentario:

  1. Ya puedo decir que he visitado Encinasola de la mano de un amigo. Gracias

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