lunes, 25 de noviembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Casualidad




                                  

Era diminuto, saltarín de uno a otro palito de la jaula, inquieto. Bueno, todo lo inquieto que es un pajarillo de jaula de la que nunca salió y donde siempre hizo su vida. Tenía la pluma amarilla, los ojos negros y el pico, cuando se hizo más viejo, un poco encorvado hacia adelante pero mi madre  le recortaba las puntas, cuidadosamente, con las tijeras y así podía comer sin ningún problema.

Mi madre lo bautizó con el nombre de Felipe. Tenía dos bebederos, por si uno se le derramaba, dos comederos, y una pequeña bañerita donde se daba unos chapuzones de escándalo. ‘Va a llover, me decía mi madre, porque Felipe ha estado toda la mañana de baño’.

Cuando, en los meses de invierno, el sol calentaba por las mañanas, mi madre lo sacaba a la terraza. Colgaba la jaula en una alcayata grande que yo le había preparado, a la izquierda, conforme se salía, entre la puerta y el jazmín que se vestía de mariposas blancas cuando llegaba mayo.

Mi madre me tenía siempre con un pre aviso: ‘tráeme, alpiste’; ‘tráeme, vitaminas’; ‘tráeme, cañamones…’ Ella por su cuenta, le ponía, cada mañana, una hojita de  lechuga tierna enjuagada con unas gotas suaves de lejía por si traía productos químicos de la huerta, huevos duros desmenuzados, y una concha que era el esqueleto de un calamar para que no le faltase el calcio…

Se lo compré en la pajarería que mi amigo Rafael regentaba en calle Panaderos. Le dije que era para mi madre y que estaba en dudas si llevarle un  ‘roller’ o un ‘malinois’. Rafael me aconsejó bien: el malinois. Es un pájaro ‘ventanero’ y, a ella, la va entretener más…

Mi madre andaba por la casa y Felipe desde su jaula le cantaba y cantaba. Mi madre lo saludaba y, entre ellos,  se entendían. En las tardes de verano mi madre se sentaba en su mecedora, frente a la puerta de cristales que separaba el resto de la casa del portal, y él estaba en su jaula, como un reyezuelo en su reino de taifas.

Cuando mi madre cayó mala, Felipe dejó de cantar. Durante  siete meses estuvo inconsciente; él perdía la alegría por días. Mi madre murió, un Martes Santo, dos de abril, día de San Francisco de Paula, su onomástica. El Lunes de Pascua, Felipe amaneció muerto en su jaula…, se había ido al cielo que Dios reserva para los canarios buenos.



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