miércoles, 27 de noviembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Estorninos





Con el otoño vienen las tardes de luz dulce, las nubes plomizas cargadas de agua, las noches largas y los estorninos. Hay dos tipos de estorninos. Los de plumaje negro iridiscente, que está aquí todo e año,  y los punteados de pintas blancas que le dan una tonalidad distinta. Son de la misma especie pero con colores matizados.

Los estorninos son un terror para los olivares. (Trump que tiene la pluma panocha y no vuela pero firma decretos, también) Son pájaros insectívoros y cuando la necesidad acucia, entonces, se convierten en omnívoros y le meten mano a todo lo que pueda alimentarlos: semillas, arañas, libélulas…

Pasan los meses de verano en las zonas frías del norte de Europa.  Se acercan hasta las proximidades del Círculo Polar Ártico. Cuando comienzan los fríos ponen tierra de por medio. Emigran. Se vienen a las tierras más cálidas del sur donde las temperaturas no son tan rígidas y donde la comida es más fácil de encontrar. Cuando llega la primavera se marchan otra vez, en sentido inverso, hacia el norte. En ese viaje anidan y logran la reproducción de la especie.

Los estorninos tienen convivencia con el hombre, al parecer, desde dos mil años antes del nacimiento de Cristo, lo que viene a decir que llevan por aquí más de cuatro mil años, año más o año menos. Plinio, el Viejo en su tratado  Naturalis Historia habla de ellos y da una descripción pormenorizada de su pluma, del color de sus patas y pico que cambian según las estaciones del año.

Son aves muy gregarias. Dicen los que saben de ornitología que vuelan en bandadas compactas porque se orientan con la proximidad del vecino con el que nunca tropiezan y porque así pueden evitar mejor a los predadores naturales. Gavilanes, azores  y halcones peregrinos tienen en ellos una fuente de alimentación.

Al atardecer aparecen en el cielo. Forman auténticas nubes negras que toman figuras caprichosas. Se mueven con una movilidad asombrosa hasta el punto que con solo observarlos ya hay un espectáculo. Se acercan a las zonas urbanas, a los cañaverales y a los lugares de grandes árboles para pasar la noche.

Su canto no es agradable. Su llegada al campanario o a los ficus grandes del parque, un acontecimiento cada atardecer cuando el sol se va por el Monte Redondo camino de América y dice que hasta aquí llegó el día.


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