miércoles, 23 de agosto de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lisboa

 

 

                                      


Lisboa está ahí con su belleza decrepita, con el tiempo atrapado entre sus paredes, con sus mosaicos milimétricos en blanco y negro en las aceras, con el Tajo que ya no se sabe hasta donde es río o hasta donde es mar…con gente que va y viene, con desconchones en las paredes, con la luz, con esa luz tan especial, tan distinta, tan poética…

Una amiga me pide información de Lisboa y al viajero se le viene un torbellino de ideas:  el vinho verde, y el bacalao que es abadejo y el fado y ese sentir que solo se siente – o se sentía por sus calles – y le recomienda que sueñe…

El viajero entró en Lisboa por la autopista que pasa junto al aeropuerto. A cada momento, los aviones, esos pájaros metálicos voladores que se alimentan con el alpiste del queroseno, se aproximan y vuelan a poca altura para el aterrizaje. Hay un momento, en que deja la autopista y se adentra bordeando los Jardines de Mario Soares hacia el centro, o sea, hacia la Plaza del Rossío, hacia el Tajo.

Recuerda aquello que se cuenta de Espronceda que arrojó por la borda del barco en el que entraba por el Tajo las monedas que llevaba en el bolsillo  ‘porque le daba vergüenza entrar en tan gran ciudad con tan poco dinero”. Omitió que portaba un cheque para uno de los banqueros más importantes de Lisboa.

Hace casi cincuenta años (ahora ya he perdido la cuenta de las veces que ha estado por allí), el viajero la primera vez que fue a Lisboa se alojó en un hotel – que no sabe si existe – en el Chiado, entre la Parte Alta y la Baixa. Todo era pintoresco, bohemio, encantador.

En otra ocasión, una tarde plomiza, lluviosa como solo lo hace en Lisboa cuando entran las borrascas del Atlántico, no se podía salir a la calle. Optó por sentarse en el salón del hotel, delante de un ventanal por el que entraba una luz tamizada, difusa y, entonces, leyó a Pessoa. Recuerda una sensación de alivio, de un respirar profundo, de una evocación curiosa que el azar sin saber porqué pone en nuestro encuentro…

Bordea la estatua del Marqués de Pombal, el hombre que hizo una Lisboa nueva después de la destrucción del terremoto de 1775. Fue tan enorme, que la escala que mide esos fenómenos saltó por los aires. Tras la destrucción, el incendio y la muerte y el caos….

El viajero se da cuenta que con las evocaciones ‘se ha comido el espacio de las cuatrocientas palabras’ que da a cada artículo y tiene que recurrir a la benevolencia de los lectores para dedicarle un segundo a una ciudad tan bella, de tanto embrujo y misterio como es Lisboa.

 

 

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