miércoles, 16 de agosto de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mujeres que dejan huella: La rubia del perote

 

 

                 


16 de agosto, miércoles. Aparecen en los pueblos personajes a los que envuelve el enigma. Casi todo el mundo los conoce, casi nadie sabe lo que se esconde, agazapado, detrás de su personalidad. A veces, hasta desconocemos su nombre, su procedencia, quiénes componen su familia o como viven. Casi todos desaparecen un día y, como mucho, queda un vago recuerdo.

Dijo Juan Ramón en aquellos versos inolvidables que el pueblo se haría nuevo cada año y que se morirán aquellos que me amaron y que seguirán los pájaros cantando mientras a la caída de la tarde siguen las campanas del campanario – o seguían – con su toque rutinario.

La “Rubia del perote” era una mujer que podría encuadrarse dentro de las letras de los párrafos anteriores. Yo siempre la conocí como una mujer sola, no hablaba con nadie; a lo peor ‘nadie’ nos dirigimos a ella como a la persona necesitada de afecto que lo reclamaba desde su silencio…

La recuerdo a veces pidiendo, sin decir palabra; otras recogiendo gandinga por la vía del tren o por los caminos sin ir a ninguna parte.  Llegaba a la puerta de las casas y esperaba un socorro a modo de alimento para el cuerpo. Ahora, cuando han pasado los años – quizá en estos tiempos pudo haber sido de otra manera – siento ese remordimiento de no haber hecho todo lo que debía haber hecho. No lo sé.

Por no tener no tuvo ni nombre con el que se le reconociese. Al final de su vida vivía en una de las últimas casas de la calle Carril, sola rodeada de gatos y perros porque no comía ella pero buscaba comida para sus animales en una situación muy penosa y casi de inmundicia.

Pero Aranda le escribió unos versos que transcribo: “El silencio la enloqueció. / Huérfana de familia y de afectos. / Pasó por la vida por la culpa / de la obligación de haber nacido. / (…) nadie le brindó su afecto / jamás una caricia. / (…) La muerte para ella hubiese supuesto / un alivio, pero se aferró a la vida con la / misma fuerza instintiva que el ser / más feliz de la tierra. / Quizá dejó de oír por no escuchar / y se fue como vivió. / A lo mejor también / lo deseó así”.

Una pintura de Jacques Laulheret (algún día hablaré del amigo entrañable) la reflejó con toda la ternura que él sabía. Estas letras… pues eso.

 

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