lunes, 5 de noviembre de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. A tempo y modo



Viene el otoño con mucho tiento. Llueve; llueve, mansamente.         El otoño está de camino. Pide entrada a Madrid por parques, jardines y medianas. Al igual con esto de tener que poner pegatinas con una letra en la luna delantera de los coches según la ‘capacidad’ que tienen de contaminar a la ciudad, el otoño, digo,  también se lo está pensando.

Están las choperas  del Retiro todavía con hojas. El estanque,  con sus barcas.  En otro tiempo paseaban a las parejas en viaje de novios; ahora lo hacen con turistas que vienen de medio mundo y teléfono en mano quieren inmortalizar  - que va a durar un momento, seguro – el instante que viven.

Don Ramón, don Ramón María del Valle Inclán, sigue en el Paseo de Recoletos debajo de su olivo. El bronce de su figura parece que se quiere echar a andar. Paso lento, cansino, apocopado. Claro que ya el Café Gijón no es lo que era y como, además,  don Ramón iba por otros andurriales... Ni tiene prisa, ni le importa que la gente no se crea lo de la amputación de su brazo…

Don Juan Valera sigue igual de estoico. Señor de Cabra – Madrid le hizo mejor monumento que su pueblo natal – que se vino a la Villa y Corte mientras Pepita, la Pepita Jiménez  que volvió loco al seminarista, lo buscaba por el nacimiento del río. Por cierto, ¿para qué sirve el latín?, dicen que preguntó uno que no tenía la talla de don Juan. “Para que a usted, le respondió el interpelado, que es e Cabra, le llamen egabrense y no eso que usted está pensando…

A la Castellana no se ha bajado el aire de Castilla, la Castilla de Delibes, Umbral, Martin Descalzo…, la Castilla  seria, adusta y sobria. Se ha pespunteado con edificios de cristales. La Castellana,  - el Paseo de la Castellana – brilla ¡y de qué manera, según  a qué hora le da el sol! Se ha convertido,  -casi comenzó Ruiz Mateos con las Torres de Colón-, en una ciudad fotocopia de otras ciudades. Competición sórdida de arquitectos a ver quien riza más el rizo.

Acacias, acebos, arces, plátanos, castaños… se dan la mano. Están a la espera.  Aguardan la llegada. Poderío y mando en el otoño y, entonces, precisamente entonces, habrá un vareo de ramas y una alfombra de oro cubrirá el suelo.




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