miércoles, 5 de septiembre de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El trompo y una guita



No se sabía quién ‘traía’ la moda. Aparecían de pronto. Sin saber por mano de quien, ya estaban en la calle, de pronto, los trompos. Eran pequeños artilugios de madera torneada por el centro de la panza. Una guita – cuerda generalmente poco gruesa, al desenrollarla   le daba impulso, y entonces, venía el milagro y giraba y giraba.

El trompo podía “bailarse” – porque el trompo, se bailaba - individualmente, o en grupos. En el primero de los casos, cada uno, a su aire; en el segundo, se establecían turnos de participación. Se lanzaba, siempre respetando un orden y uno, detrás otro.

El trompo era algo así como el impulso interior transmitido, como si toda la fuerza almacenada dentro, de pronto, saliese al exterior… Un del brazo  extendido que, al desenrollare, se prolongaba en aquella peonza de madera. Los demonios interiores veían la luz…

El trompo podía ser de punta roma o de punta afilada. Más inocentes los primeros; con mala leche, los segundos. Los de punta roma, cuando impactaban con el suelo giraban, sobre sí mismo, de manera más acorde, mientras que el de punta afilada daban pequeños saltitos, pespunteando. Se amortiguaban, a medida, que perdían fuerza.

Cuando se jugaba en común, generalmente, se marcaba un círculo. En el centro se colocaban los demás trompos. No siempre salían bien parados los que aguardaban el impacto, hasta tal punto, que más de una vez terminaban partido en dos mitades, por la punta afilaba,  con regocijo del impulsor y desolación del propietario.

La guita tenía su ciencia: no debía llevar nudos en su mediación y sí en uno de los  extremos.  Se remataba con una chapa (generalmente, había servido de tapón de una botella de cerveza o gaseosa). Excepcionalmente, era una moneda de dos reales, que con su agujero, en el centro, permitía su sujeción entre los dos dedos, índice y corazón, para quedar sujeta, una vez que se había disparado el brazo.

Al trompo se jugaba en el recreo de la escuela, por las tardes, al salir de las clases, en aquellas tardes en los que los niños aún poseíamos la calle. Tiempos de ayer…





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