viernes, 22 de junio de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El pozo



Amo esta tierra. Me vio de niño, luego de muchacho, después de hombre, y ahora cuando hace tiempo que pasé el ecuador de la vida la siento tan mía y estoy  tan identificado con ella que ya no sé hasta dónde llego yo y hasta qué recoveco del alma soñadora se adentra  ella.

El pozo estaba al pie de la cañada. El pozo tenía agua salobre. No era apta para el consumo humano. Al pozo llegaban a abrevar todos los animales del contorno. Temprano las yuntas antes de ir camino de la besana. Eran los días de otoño, de sementera de ilusiones detrás del grano enterrado en las entrañas…

Luego, los que pasaban camino de alguna parte. Los ‘cojolleros ‘ buscaban cogollos de palmitos. Iban camino de la sierra de la Fiscala. Los hombres, algunos hombres, claro, llevaban su propia caballería. Había hombre mayor que montaba sobre un borriquillo cano. El hombre siempre tenía la barba de varios días y el botón de la blusa que estaba junto al cuello abrochado. El hombre siempre nos hablaba:

-         Niño no te asomes al pozo…

-         No, yo no me asomo. Me lo tienen encargado.

El hombre echaba pie a tierra. El borriquillo se pegaba al pilar. El hombre con una carrucha metálica hacía que el cubo de cinc llegase hasta el encuentro del agua. Sacaba un cubo lleno que chorreaba por los bordes, y luego otro, y otro. 
Los vaciaba sobre el pilar. El borriquillo bebía. Luego lo acercaba al borde el pilar. Echaba una pierna con parsimonia; después, la otra. Tiraba del cabestro y borriquillo arrancaba con un trote ligero. Sabía que era orden de partida…

Al mediodía, cuando apretaba más el calor, llegaba el cabrero. Había estado por la campiña. Las cabras siesteaban bajo las encinas centenarias. Al otro lado de la cañada había un bosquejo de encinas  centenarias y varios olivos de los que nunca supimos su edad pero sí que eran muy viejos…

A la caída de la tarde, otra vez pasaban las bestias por el pozo. Los gañanes sacaban agua… El pozo no se agotaba. El pozo tenía un mensaje para todos los que pasaban y dejaba un hálito de quietud y espera… al día siguiente, al día que vendría mañana.




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