domingo, 22 de julio de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alba



Lo cuenta Cervantes en el capítulo IV de la primera parte del Quijote. Ese libro que muchos españoles tenían en el mueble del salón de su casa pero que casi ninguno había leído que: “La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo…”

No era esta mañana exactamente así pero la Gracia de Dios se había echado a la calle. Madrugó. Amaneció  pasada las 6 y media, quizá un poco más, pero no mucho. El sol apuntó por el filo del Cerro de la Farola. El cielo antes oscuro se tornó de un celeste  claro.

Antes se había ocultado el lucero del alba. Los que saben de astronomía dicen que es el planeta Venus. Ilumina el amanecer.  Antes, cuando Venus estaba en lo alto del cielo los gañanes se levantaban y echaban la primera pastura a las yuntas para salir a la besana. Era, la hora, también, en que los cabreros comenzaban el ordeño…

Entre todo ese acontecer  han madrugado los mirlos. Son pájaros tempraneros. Como ya no hay brevas y los higos están a medio camino de madurar se las andan en las uvas de la parra. Están pintonas. Están propias para proclamar que casi ya han cogido el grado de azúcar óptimo. Están de camino entre el sarmiento y el planto con el permiso, naturalmente, de los pajarillos negros, escandalosos y madrugadores.

Los ruiseñores no duermen  cantan durante toda la noche. Están cerca del nido. Su canto, armonioso,  bellísimo. Las alondras esperan el día en los rastrojos y dejan que el viento se lleve sus trinos. Ninguno de los dos atacan a las uvas de la parra. Parece que los mirlos son los que tienen patentes de corso. Yo madrugo, pero ellos madrugan más, y las seleccionan por su grado de madurez. Se ve que su formación profesional está incluida a en sus genes.

Cuando Don Quijote salió de la venta era temprano. En las viñas de su tierra, llana y extensa como un mar seco para que se pierda la vista aún no estaban maduras las uvas. Si lo hubiesen estado don Miguel lo habría reflejado en ese bellísimo texto de contento y alborozo “que de puro gozo le reventaban la cinchas del caballo”.




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