jueves, 11 de mayo de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y, acecha el gato...

Mientras te repones de tanta belleza, cuando dejes, abajo, en la hondonada Jorox, continúa el descenso hacia Alozaina. Caminas entre laderas de pinos que sembraron para repoblar la sierra y para que tú goces de su verdor y de la música, que sólo interpreta cuando corre entre pinares el viento.

Precaución. La carretera, un carocoleo; se suceden las curvas para aprovechar, sin construir puentes, el terreno. Lo de la economía que aprovechó para asfaltar los caminos de herradura y esas cosas que se hacían antiguamente.

Cuando llegues, casi sin darte cuenta, a Alozain estás en la rosa de los vientos. Verás. Al frente, el pueblo; a la izquierda, hacia Tolox y, a la derecha, bordeando sierra  Prieta, Casarabonela.

Sabrás que por aquí dejó constancia de su presencia el hombre del Neolítico. Luego, los romanos, con asentamientos en Ardite. Los árabes, construyeron el castillo, por lo de las defensas. El nombre del pueblo, dicen, es una deformación de la palabra Alhosaina, que significa pequeño castillo. Después vino el crecimiento; se desparramó a modo de casas blancas por los arrabales.

Pueden que te cuenten - porque están orgullosos de su pasado - el relato de María Sagredo: uno de los episodios históricos más destacables “tuvo lugar durante la rebelión de los moriscos de 1570, cuando las mujeres, capitaneadas por la tal María Sagredo, hicieron frente a  una incursión, por sorpresa, de la tropas del rebelde Zebalí”.

Y que su pueblo es “el pueblo más bonito de España”, al menos así lo declararon,  reconocieron y proclamaron, con un premio en 1977, pero ya sabes a donde va eso de los premios oficiales y lo del  más bonito y todo lo demás. Yo - no sé tú - suelo huir de este tipo de tópicos, porque nunca existe el “más” en nada, y cada recodo del camino te da su pincelada, que al final conformarán el mosaico de tu propia alma.

Pasea por sus calles. Callejuelas estrechas y casas blancas. Conservan, sobre todo, en el barrio junto a la iglesia, parte de la arquitectura popular andaluza, donde, a la abundancia de cal, no falta el jazmín en la puerta, el geranio en la ventana y el gato, que desde el alero del tejado, acecha su caza.

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