lunes, 15 de mayo de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luto

Estaba apostada al amanecer. Es costumbre; no tiene horas pero parece que le gusta esa en la que el sol sube por el horizonte y comienza a hacer, como cada día, su camino. Estaba junto a la carretera. En un paraje bellísimo; probablemente de los más bellos de España. En La Vera.

Suele aliarse con otras cosas: una curva mal trazada, un exceso de velocidad, un adelantamiento indebido, una mezcla rara de alcohol solo o con droga, un sueño inoportuno, los reboses de una noche de fiesta que no tenía acabose, un fallo en la mecánica. No sé, no sé. Lo cierto es que ha vestido de negro por dentro a un puñado de gente.

Venían de Navalmoral de la Mata. Habían estado de fiestas. Cruzaron, las vías del tren; luego pasaron por delante del estadio donde juega el Moralo,  y  el Campo de Arañuelo – un poco más allá, más arriba, el pantano de Rosarito -, el Tiétar baja camino de Tajo… Se encaminaron hacia Madrigal. Conozco el camino; lo he andado muchas veces.

La Vera arranca en Plasencia, de hecho en un tiempo, cuando éramos niños y estudiábamos las comarcas naturales de España, se llamaba ‘la Vera de Plasencia’. Llega hasta Madrigal. La gargana de Alardos regala una orilla a Extremadura; la otra, a Castilla. Candeleda ya no es Vera, y es de Ávila.

Casi todos los pueblos de La Vera, la tienen como apellido: Pasarón, Jarandilla, Jaraíz, Valverde, Losar, Aldeanueva, Villanueva, Arroyomolios, Viandar, Talaveruela… y, así, tras del nombre, indefectiblemente, la identidad: de la Vera.

Solo un puñado van por libres: Cuacos de Yuste, Torremenga, Tejeda del Tiétar, Garganta la Olla o el Guijo de Santa Bárbara… En el monasterio de Yuste entregó sus últimos días el hombre más poderos de su tiempo: El Emperador Carlos I; por sus calles corrió Jeromín, luego, don Juan de Austria bajo la tutela de don Luis Quijada y doña Magdalena de Ulloa…

Dejó dicho don Miguel de Unamuno que en los pueblos de La Vera ‘chacharean las sombras’. Son únicos; arriba, Gredos prolongado por la Sierra de Tormantos.  Los Galayos y el Almanzor arañando el cielo; por las gargantas baja el agua clara, limpia, fría, muy fría. Modelan el granito, van al Tiétar…


Tres muertes absurdas al borde de la carretera. Eran jóvenes. Venían… Da lo mismo. 


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