lunes, 9 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Erillas

Cerrillo de Poco Pan; fantasmas, en las noches de invierno. Erillas. Música con compás de otro tiempo. Niñas que jugaban a la rueda en las tardes de mayo; los niños, a lo nuestro. Lod mayores, en las noches de verano, tomaban el fresco sentados a la puerta. Mi calle no es una calle cualquiera.

Dos alcaldes; un cantaor, de los grandes; vecinos singulares. Una fonda, de las de antes; un molino harinero y la campana de la Veracruz tocando “a goni” se hacía añicos en la pena del eco.

 Mi calle es amplia, larga, blanca y con el cielo azul. En mi calle entra dos veces el sol, cuando sale por las mañanas, y cuando se va por la tarde camino de América, escondido detrás del  Monte Redondo.

Cristóbal Pérez, alcalde durante diez años, terminó el mercado de abastos y dotó de agua potable a las casas del pueblo; Antonio López,  el más votado de la Democracia. Con Izquierda Unida,  obtuvo 3.860 votos,  nueve ediles; mayoría absoluta. Su gobierno, el más breve. Dimitió con carácter irrevocable.

Diego Beigveder, Diego, “el Perote” cantó, “ad libitum” la malagueña de don Antonio Chacón y de la Trini. “Que yo sigo con mi pena. / Dile a esa mujer que ría /que yo sigo con mi pena / yo a esa mujer no la olivo / porque pa mí fue mu güena / el tiempo que ha estao conmigo”.

 Alonso Sánchez, “el maestro Paquirri”, finísimo, brilló en carnavales; sacó punta a todo;  Rafael Vila, “Rafael, el de los helados”  trapicheaba y con la calor  pregonaba: “Al rico helado / que rico es, / que lo hace Margarita y lo vende Rafael”.

Adelina era una mujer traspillada por el dolor. La vida fue dura, muy dura, durísima con ella. Pasaba siempre enlutada. Daba un peón – que hacía por cuatro o cinco – de blanqueo cuando los había y, ¿cuándo no? ¡Ay, cuando no!

En la fonda de “Pascualito” pernoctaban los viajantes de comercio; en la albardonería, vestían ‘prêt à aporter” a las bestias; Juanito, “Juanito, el de Molino, echado en la baranda veía pasar a la gente y al tiempo.


Barbarita vendía leche, y en la Vera Cruz vivía Pillo Lobato. Mi calle, la calle Erillas, no es una calle cualquiera, arranca frente a La Balita, - junto  a los cartelillos del cine – y se vuelve en la calle del Viento.

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