martes, 17 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los niños

Después de comer, se fueron en busca de nidos de pajarillos al otro lado del río. Era una tarde calurosa del mes de mayo. Amarilleaban las cebadas; estaban en tiempo de siega las vezas; granados, los trigos; las habas ya habían tenido su momento. Solo tenían un verde vigoroso las hazas sembradas de garbanzos.

Los niños decidieron aquella tarde hacer la rabona; la hicieron. No fueron a la escuela. Tomaron la dirección para bajar al río por el Camino de la Vega Redonda. Era un camino, ancho, espacioso, con granados en las veras lo que le daba aire de aventura porque todo estaba muy tupido.

Cuando pasaron por delante del molino de harina vieron cómo estaba cargado de fruto el ciruelo blanco. Las ramas casi llegaban al suelo. Las ciruelas eran sensuales, apetitosas y ahítas de azúcar que las hacía reventar cuando ya estaban muy maduras.

El molinero tenía un perro, alunarado, con muy malas pulgas. El molinero le había hecho un chozajo con restos de palos de una obra y unas chapas de un bidón oxidado. El perro estaba atado con una cadena fijada a un alambre grueso. Corría a la par del camino. Enseñaba las fauces elevando el labio superior  y  mostraba una dentadura blanca  y afilada. El perro no dejó de ladrar hasta que los niños desparecieron por la curva siguiente.

Hacía calor. Los niños se desprendían poco a poco de la ropa. Sudaban por detrás de las orejas, por la frente, por la espalda… Cruzaron la vía del tren por el paso a nivel. El guardabarrera los vio y con una sonrisa socarrona les lanzó una pregunta a la que no esperaba respuesta “Y, ¿hoy, qué?

El río llevaba una corriente de agua clara y limpia. Pasaron, sorteando la chorrera de piedras blancas y lisas, redondeadas por la erosión del agua y del tiempo.  En el río habían crecido las aneas. Por río nadaban los pececillos nacidos del primer desove.

Los niños se adentraron en la huerta de enfrente. En la cruz de un limón había un nido  de mirlos. Tenía tres pataletes; más adelante vieron otro, pero ya estaba volado. Se encontraron con otro nido. Era de chamarines; y uno de jilgueros. En la alameda del río zureaban las tórtolas…


-          Oye, ¿y si se entera tu madre que hemos hecho la rabona? Nadie dio por oída la pregunta. Tampoco, hubo respuesta.

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