domingo, 27 de diciembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Águeda

Águeda  - Águeda Infante – vive en uno de los pocos barrios por los que el pueblo, en los años de crecimiento, decidió saltarse las lindes del campo y creció libre y espontáneo. Pero Águeda es ‘importada’ en el barrio.

Nació en lo más castizo del Lugar. Se crió a la sombra del soberbio templo de la Encarnación, en la frontera donde termina la Plaza Baja – que entonces, todavía, no se llamaba de la Despedía – y arranca la calle Benito Suárez.

Su calle, como casi todas las calles de los pueblos ricas en casi todo, también, lo son en nombres y conserva, además,  el de Bermejo, que “tomó de una importante familia que vivió allí en el siglo XVI”, que dice el callejero y digo yo, como si no fuesen importantes los que viven ahora.

Águeda – me la encuentro en el bar de enfrente – toma está de sobremesa. Águeda es espontánea, menuda, fina; pelo lacio y a media cara. Lleva gafas de sol a modo de felpa y vende simpatía y cariño. Me invita. No acepto porque acabo de tomar café y hablamos un ratillo…

Es amable, muy amable conmigo. Me evoca una tarde lejana de cuando la jornada escolar estaba partida. Recuerda una ‘redacción’ que el maestro les leyó, mientras el sopor los aplastaba. Le digo que es imposible que yo lo retenga y va y me dice: “El Hacho era un gigante dormido con un sombrero de nubes; una brisa ligera formaba remolinos de papelillos en las esquinas…”

Y al maestro, que tiene la sensibilidad a flor de ojos, se le derraman dos lagrimones por dentro y se los traga, y Águeda y su marido Juan, y Tomás y Pepi, y… no se dan cuenta.

Y va y les dice que otro maestro, el que le enseñó a é a llevar palabras de la mano, les hacía un dictado, cuando la escuela estaba enfrente de la casa de Águeda, y que comenzaba:”Resonaba en el fondo de la galería un piano destemplado que parecía balbucear de mala gana…”


Y el maestro se viene a su casa con los ojos húmedos y balbucea un puñado aforado de palabras. ¡Qué Dios te bendiga, Águeda, a ti y a todos los tuyos, y a todos los que se sentaron en aquellos pupitres…!

3 comentarios:

  1. Eso es lo mas grande que tiene la docencia Pepe. Que un día, en una calle, se te acerque de repente alguien que no conoces, y te llame por tu nombre y te diga algo, que tu hace tiempo olvidaste o que, con frecuencia, ni tienes recuerdo de haber dicho y sin embargo, en él, quedó grabado para siempre. Yo creo, que no hay una profesión mas gratificante que la docente. Como decía un compañero, enamorado de ella; “Ser maestro es algo maravilloso, y si además te pagan...” Pocos, amigo mio, entre los que sé te cuentas, comparten esto.

    ResponderEliminar
  2. Ahí está la grandeza de la enseñanza, la grandeza de ser maestro, en que el surco le señale al sembrador dónde está la semilla que éste dejó un día. Y ver cómo ha crecido. Enhorabuena, Pepe, amigo.

    ResponderEliminar