viernes, 26 de mayo de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sancta Sanctorum

 

 

                            


26 de mayo, viernes. Desde los orígenes de la humanidad el hombre acudió a solventar sus problemas básicos: preservarse de las adversidades, crecer, y sobre todo comer. O sea, vivir.

Lo primero, sobreponerse a lo que le rodeaba. Viven en cuevas, buscan lugares seguros y se procuran la comida. ¿Dónde estaba la comida? En las raíces, hojas, tallos, aminales…

La cosa primera no quedó, obviamente, ahí. Todo evolucionó. Fue la cosa, según períodos una lucha constante de superación. Era la ley del esfuerzo. Primero el fuego; luego, la conservación; después el condimento.

No es cuestión de hacer una historia pormenorizada a través de la Historia. El sibaritismo de Babilonia fue refinado por la cultura clásica de Grecia. Roma le dio, además, el punto de la abundancia hasta tal grado que llegaron a llamarlo orgías. No era cuestión ya solo de ‘comer’, era agregarle algo más y entonces aparecieron bailarinas y música. El mundo musulmán agregó la degustación en jardines, flores y noches de ensueño que ponían todo aún más bello.

Cuando llegó la época de las comunicaciones, el mundo de aquel tiempo amplió sus fronteras. De oriente vinieron las especias, es decir, más sabor: la pimienta, el comino, curry, canela, jengibre, cúrcuma… Eran una parte más de las mercancías que llegaban desde tierras lejanas.

El hombre no se paró. Cruzó la mar océana. No encontraron Cipango y Catay. No. Encontraron un continente. Lo llamaron América. Desde un Círculo Polar, el del Norte, hasta casi el otro, el del Sur. De allí trajeron otros alimentos: patatas, tomates, aguacates, maíz, mangos…

La cocina, - los especialistas – en aderezar los alimentos... Todo evolucionaba. En el siglo XVIII, la patata era una planta decorativa; en el XXI, un alimento básico en la alimentación de la humanidad. Hay profesionales que han rizado el rizo y de algo tan simple como un tubérculo, han hecho una obra de arte en la degustación.

La cocina ha evolucionado de manera asombrosa. En rincones recónditos, apartados – “¿cómo estaba esto aquí y yo sin enterarme”? Alora se asoma cada mañana, casi de puntillas, a su vega fértil por donde el río se va para la mar que no se ve, pero se intuye en la lejanía. En su suelo, profesionales increíblemente creativos.  Se llaman Abilio Pedro, en los fogones (“Entre los pucheros anda Dios´”, escribió Santa Teresa); Gregorio, en sala e Isa en la discreción del buen hacer. En honor de sus padres, “Casa Abilio”, Callejuela de Padilla, esquina con Erillas. … No acercarse a ellos es una tardanza imperdonable. Es el Sancta Sanctorum

 

 

 

 

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