El campo de Villamartín es cerealista y remolachero, y crisis va y crisis
viene, y subvención que se cobra y penalización que descuenta..., y todo eso,
en lo que la agricultura moderna, se ve inmersa.
Del vocabulario de entonces, antes que el tractor ahondase en el surco,
sólo recuerdos. Haz la prueba y pregunta y pídele a alguien, de treinta años
abajo, que te hable de dediles, entrepechos, mangotes, rempujos, caracolillos, chimbiris, biergos, bozales, pala de aventar, valeos, biergas pajeras
o jaquimas, martaguillas, jarmas,
atajarres, ropones, serones, esportillas, angarillas, cobras o de cuartillas,
harnos, cribas, raseros, costales..., o vete a saber cuánto perdemos del saber
del pueblo –del folclore, de verdad, ¿o no?- como esta siga con la marcha que lleva
y a qué velocidad.
Arcos es ciudad de arte. Y es hoz que circunda el Guadalete. Y cal blanca
entre la Janda
y la campiña, y atardeceres largos, y la tierra del Comendador y la pícara
molinera, y la del “Sombrero de tres picos” de Falla, y la de los vecinos de
San Pedro que no sabiendo como rebelarse contra la rivalidad existente con
Santa María rezaban: “San Pedro, madre de Dios, ruega por nosotros” ¡Ahí queda eso!
En el Parador tengo suerte. Me encuentro con Luis Alberto de Cuenca. Le
presento mis respetos. Me dice que está allí porque ha presentado la Revista
“Piedra de Molino”. La dirige el hijo de Carlos Murciano. Hablamos de libros…
(Entre veintiocho mil y treinta mil tiene es su biblioteca). Hablamos, también,
de radio.
Sigo camino. En Paterna de la Ribera porque no me paro, hago buena la
‘petenera’:
“Al
pie de un árbol sin fruto
me
puse a considerar
que
pocos amigos tiene
el
que no tiene ná que dar”
Es noche cerrada cuando llego a
Álora. Descarga una tormenta. Primero graneó; luego, chaparrón. Relámpagos y
truenos… Ya está metida la pata. Viene, mal, bastante tarde y mal, ya, el agua.
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