Al gallo viejo de espolones retorcidos y escamas añosas
dicen que le ha llegado la hora. El gallo viejo tenía plumas bellísimas, de
colores electrizantes, arqueadas en la cola y una cresta que sabe de muchos
aires contrarios y brisas a favor. Tiene, también, el gallo viejo otras plumas,
son plumas ajadas en peleas con otros gallos y por el paso del tiempo.
Hay otro gallo en el gallinero. Poca chicha y menos limoná. Parece
– aún tiene de por medio algún tiempo – que no se ha enterado de lo ocurrido al
vecino de gallinero. En unas declaraciones en la prensa reconoció lo bien que
lo había hecho el gallo viejo pero como no va con él…
En el caballete cacarea un gallo nuevo. Tiene pinta de
gallito minino descontento. Buen pico, osado y altanero. No tiene miedo a lanzar
cacareos. Se ve seguro. Ha puesto mucha tierra de por medio. Ha dejado entrever
que quiere volada larga a otro caballete de
más altura. Ha sorprendido a todos.
Una camada de gallitos (con algunas pollita de por medio)
aspiran a copar el poder del gallo viejo. No dicen cómo ni de dónde sacarán
trigo para al resto del gallinero ni cómo se enfrentarán a las zorras para que
se queden lejos. Su objetivo es ocupar el puesto.
Al gallinero le falta pienso y agua y algo de verde, y
sombras para el calor del verano, y palos donde recogerse por las noches… Hay
demasiadas alimañas acechando. El resto del gallinero, a veces, tiene
preocupación, siente zozobra. No ve claro cuándo llegará la luz de la aurora
que viene con el alba.
Está el gallinero revuelto. Tertulianos de buches llenos (o
vacios con vocación a tenerlos plenos) lanzan algaradas, más algaradas,
disparates, más disparates, descalificaciones… Voces “sabelotodo” menos cómo
poner tranquilidad en el gallinero.
Ah, por cierto, como
cuando el niño en la escuela anunciaba: “maestro, que dice mi madre que me
despuntes de la excursión”. Yo, por mi parte, ya me he ‘despuntado’.
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