Están los rosales ahítos de color y abejas que vienen a
libar en sus pistilos; cantan los pájaros en los sotos; se han encamado los
trigos en la lomas; olas de brisas suaves les pasan la mano como quien acaricia
el terciopelo verde. Ya granan las
espigas.
Ibercosas Clase es una librería que vende muchas cosas.
Muchas cosas buenas. Está en Soria, calle de la Aduana Vieja, conforme se va
del Collado a la calle del Instituto, o sea, al reencuentro con don Antonio
Machado, o sea, a la esencia.
Hacía frío; febrero, helor en las esquinas… Me cuelo;
hablamos, pregunto por la obra de Avelino Hernández. Me traigo “Una vez había
un pueblo”… Rubén, que es quien me atiende, queda en hacer gestiones y las hace
y me ha enviado un ramillete de obras: cuatro de Avelino, de Gaya Nuño…
De varios autores: “Por los ríos de Soria”. Copio: “Y como
ellos, acabamos bebiendo en una fuente limpia que manaba en la orilla…”
Recuerdos claros. Un medio día de verano. El sol sobre las costillas, en el
pilar de la fuente de Gallinero de Soria, bebían los tabarros; en el caño, el
viajero, - como Avelino cuando se fue por la sierra de Alcarama buscando raíces
en Vea- sediento de sed de cuerpo y de recuerdos.
Han tardado los libros menos de cuarenta y ocho horas desde
el aviso de salida a la llegada; el banco (porque me los han mandado para que
les hagas la transferencia cuando quiera) me dice que tardará en llegar, el
pago, unos días.
Es prosaico hablar de dinero; más aún, cuando de por medio,
se las andan los libros. Me pregunto si lo físico “viene” en tan poco tiempo
¿cómo puede tardar lo ‘otro’ más tiempo.
Me quedo con la poesía de Avelino. Quiero empaparme de sus
puestas de sol, de sus caminos entre aulaga y ramajes de fresnos y ciruelos, de
las zarzas que brotan en las orillas de las fuentes, del Arroyo Mayor que busca
la mar… Soria de don Antonio, de Avelino, de gente como Rubén… ¡Soria querida!
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