El tren expreso procedente de Madrid – Príncipe Pío- con
destino a La Coruña llegó a la estación casi con el alba. Vestido de viajero me
las anduve por la ciudad: el Bernesga, Ordoño I, la Catedral, San Marcos, San Isidoro, la
muralla… Era abril; hacía frío
Muchos años después anuncia el telediario que la muerte se
vistió de tarde y se ha ido a dar un paseo por León. Una pasarela, el Bernesga
de agua azul, chopos con hojas de primavera… Sonaron tres tiros – dicen que uno
de remate- y acabaron con la vida de una señora que llevaba años en la política
y ocupando cargos de responsabilidad.
Dicen los que saben y estudian los móviles de los crímenes
que todo es por algo. Ahora saldrá un rosario de verdades con muchas cuentas de
disparates; otras, serán pura invención de mentes tan calenturientas como las
que se las andan con las pistolas.
Hay algo –siendo esto tristísimo – mucho más triste que lo
acontecido. Parte de la sociedad española lleva dentro de sí semillas de muerte.
Se incuban, revientan germinan y afloran al exterior. Ahora lo han hecho, unas,
con armas de fuego y, otros, a través de eso que se llaman redes sociales.
Hace años que no iba
León. La ciudad estaba, - la última vez, hace unos años- , preciosa. Siempre
he recomendado a mis amigos que no deben perderse el amanecer dentro de la
catedral. Las vidrieras forman una sinfonía de color única. No cabe más
policromía, ni más belleza, ni más gracia de Dios a través de las cristaleras.
León no salta a las páginas, estos días, por la pulcritud de
su catedral –“pulcra leonina” la llamó Azorín – ni por las aguas del Bernesga
ni por Ordoño II . No. Son, ahora, otros vientos, ¿la culpa? la muerte que se ha vestido de tarde y se ha
ido a dar una vuelta por la calle.
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