Los niños que vivían a esta parte del pueblo bajaban hasta
la escuela por la Calle de Atrás o por la calle de la Parra. La escuela estaba
junto a la iglesia, a los pies del campanario. Era un caserón viejo y
maloliente. Muchos años antes, había
sido un hospital.
La escuela tenía dos plantas. Un patio central, rodeado por
columnas y cuatro aulas; la tres restantes, arriba. Se accedía por una escalera
quebrada, amplia y espaciosa.
Durante el tiempo de recreo los niños jugaban en la plaza;
los maestros hablaban entre ellos. Según qué tiempo – pervivía ‘al-laya’ o
venían otras modas: ‘los toreros’, ‘el trompo’ o ‘las bolas’. Las niñas iban a otra escuela y
jugaban, también, en la calle…
A la entrada de la Calle
Romero vivía un francés. ‘El francés’ era un hombre mayor, de pelo y barba
blanca, barrigón y con mala leche. Orondo.
Vestía pantalón azul marino sostenido con unos tirantes y camisa blanca
con rayitas azules pequeñitas.
El francés tenía un bastón. Arreaba a los niños cuando,
descuidados, pasaban frente a la puerta de su casa. Otras veces, los niños lo provocaban y lo insultaban. Los niños le cantaban una canción:
“A un francés lo van a meter
preso /
porque ha robado un pan /
porque ha robado un queso”.
Y, el francés,
ensoberbecido, arremetía. La turba huía
como pajarillos en desbandada. Crueldad en los niños y en el francés. No
existía respeto por ninguna de las dos partes. El francés era un exiliado de
Petáin…
Un día se fue del pueblo. Pasó el tiempo; los niños ya no
eran niños. Los convocaron – en comunidad con otros franceses - a las urnas; el Atlético de Madrid que era el
equipo del hermano del niño, la noche antes, una noche de mayo, había llegado a
la final de la Champions League. Estadio da Luz; Lisboa. El niño recordó a su
hermano. Hacía mucho tiempo que su hermano se había ido. Y…
Mi hermano me llevaba a esaedcuela,yo tenía 5 años.Gracias por el recuerdo.
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