Venía todas las ferias. El hombre colocaba su puesto en
lugar por donde transitaba más gente y en cuanto se iba la luz del sol
comenzaba a ambientar el entorno con olor a carne asada. Nos acercábamos los
muchachos – y otros, que no tanto- y era la primera cerveza y el sabor de algo
distinto. El ‘moro’ de los pinchitos tenía una gran aceptación.
Han proliferado, también, los kebabs en muchos barrios
antiguos de las ciudades que quieren recobrar el encanto y el sabor de tiempos pasados. Se ubican en las equinas, en
calles estrechas, junto a otras atracciones culturales: museos, pubs, o tabernas
cortadas por el mismo patrón generalizado por la franquicia.
Acaba de saltar la noticia en Inglaterra. Han tomado
muestras a 145 ofertas de comida; 45 no son carne cordero (comida principal
para el kebab), ni de pavo ni de pollo ni… No señor. Es una carne de extraña
procedencia. Leo: puede ser carne de gato o de rata.
Ante eso saltan dos preguntas: ¿dónde está la autoridad
sanitaria?, y ¿qué comemos? Dicen que es para abaratar costes porque las otras
carnes son más caras y el mercado estas las ofrece a ‘otros’ precios más
asequibles para el consumidor.
Desde que el Nini y el Tío Ratero, llevados a la novela por
Delibes… Las Ratas. Las cazaban en las cárcavas, en los ribazos y en los tesos.
Era la miseria, era la pobreza contra una sociedad que los apretaba y los
marginaba. ¿Ahora? Ahora parece que no es por eso sino por la moda de comer
otras cosas.
El mercado se ha puesto muy exigente. No puede haber una
pera con una larva en su interior, ni un tomate picado por
los grillos, ni una lechuga comida por caracoles, ni un limón con una pinta…
Todo tiene que ser perfecto ante la vista y, luego, viene lo que viene ¡a saber, qué
comemos!
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