Queda el Ebro muy lejos, o sea, en su sitio. Por ahora,
-entonces, tampoco-, el Ebro no pasa por
Miami, ni por los despachos de Madrid, ni por esos lugares de sillones de cuero
ni por las intrigas de pasillos en el Congreso… ¡Ay, Carmela…!
La he visto esta mañana en una entrevista con Susana Griso.
Carme de Catalunya, Carmen de Almería, Carmen que quiere ser de España, o qué
sé yo. Se mostraba triste, gris, como apagada. Vamos como una procesión de
Servitas en noche de Viernes Santo. ¡Ay, Carmela..!
Por tres veces repitió la palabra: “dijo”. Se refería a
cosas y actuaciones de su partido. El pueblo de los seis millones de parados,
de hipotecas que no pueden pagarse, de jóvenes con el futuro muy lejos y de
pocos horizontes no quiere pasados. ¡Ay, Carmela! Pide solución al presente y a
lo que va a venir mañana.
Iba yo, hace unos días, con mi amigo Paco Navarro.
Revisábamos los goteos. En la esquina aquella de la huerta, caliente y propicia
nos saltó, una vez más, la liebre. Mimetizada, se confundía con el pasto seco.
Casi la pisamos; y en ese momento dio el brinco y… ¡Ay, Carmela, ay, Carmela…!
Escucho – cada vez menos porque empachan – a algunos que lo
saben todo. Inocentemente, me pregunto ¿quién le aconsejó un largo invierno
junto a las aguas cálidas del Caribe? ¡Ay, Carmela! Si allí se tuesta Julio
Iglesias y cantantes y gentes que presuntamente estafan a los bancos y esas
cosas…
Ya ve. Y, usted sin enterarse del frío de por aquí. Eran
bonitas aquellas canciones que Martín Patino dio a conocer con su película.
“Canciones para después de una guerra”. La belleza sólo en la canción; la
realidad, horrible. ¡Ay, Carmela! Casi pisa la liebre. Le ha saltado - ¿se
entiende, verdad? - camuflada con el pasto. ¡Y, cuando la liebre salta..!
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