Sevilla tiene una geometría especial y un cielo azul con
nubes blancas que van de paso camino de cualquier sitio. ¿A dónde? No importa.
Se asoman, miran, ven y siguen para decirle a otros cielos que ellas ya
estuvieron allí…
Sevilla tiene un río que viene de lejos. Como los toros de
casta se arranca largo. Viene majestuoso y serio. Nació entre pinos y se
entrega entre marismas. Por los ríos de Granada decía Federico que sólo reman
los suspiros; por el río de Sevilla se va el arte camino de la mar grande y, de
allí, a América…
Sevilla tiene el alma en Santa Cruz y el corazón en Triana y
un puente que abraza las dos orillas y el pasmo de Belmonte y el romero de
Romero…, y medias y verónicas enteras en las revoleras del aire.
Sevilla tiene jacarandas vestidos de flores nuevas que ponen
notas nazarenas, lilas, moradas de pasión, como la túnica del Gran Poder, como los atardeceres tibios escondidos por
detrás del Giraldillo.
Sevilla tiene el Arenal de Rinconete y Cortadillo que, luego,
rendían cuentas en el patio de Monipodio. Claro que ahora el tal se llama de
otra manera. Tiene despacho con aire acondicionado, para refrescarse un
poquito, ya se sabe, y sillones de cuero. Porque como paga otro…
Sevilla tiene una jueza, hierática, seria y distante. Parece
que su Señoría sonríe poco. Claro que menos sonríen los encartados en los autos
de presuntos ‘EREmentos’ en los que
están imputados. Esos son otros lópeces.
Sevilla tiene campanas de conventos que tocan a maitines y a
Misa del Gallo en el convento de Santa Inés pero sin maese Pérez y sin vecinas
curiosas que cuchichean porque el alma del organista ya no viene como vino
aquella noche de Bécquer.
Sevilla es un pespunte de luz en las celosías de las
ventanas, es embrujo y misterio, es compendio y ensueño, es blancura bordada
con buganvilias que trepan, con claveles reventones, con el amor imposible…
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