El amor es el hilo que conduce la novela. “La chica que
sonreía con los ojos”. Antonio F. Ortiz, (Ed. Círculo Rojo)…México, Málaga,
Álora, Santiago de Compostela…,¿ lo demás?, ustedes lo averiguan.
Comenzó el día con el primer aire de terral de la primavera.
El canario ventanero de mi vecina porfiaba con los pajarillos libres que se las
andaban por la jerriza del Peñón Gordo (que por cierto no aparece en la novela)
y uno se enganchó: “Y de tal modo procedían…” Es el comienzo. Acabo de
terminarla.
Juega Antonio con la mitología, la música (sigo sus consejos
de cuando la presentación y me ambiento con las piezas reseñadas en el relato),
el vocabulario y el deambular por lugares que, el autor, conoce tan bien, que
las pone en la boca del protagonista si es que autor y protagonista, no son los
mismos.
Aporta - uno es un neófito en esos temas - un vocabulario
mexicano extraordinario: güey, mesera, nomás, chingar… y los alterna con una
larga relación mitológica: Hermes, Afrodita, Atenea, Antígona, Hermón, Mercurio,
Mirra, Círinas, Cencreide…
No es este artículo – obvio – un crítica a la novela; no es
un laudatorio al autor; no es un reventarle el contenido al lector que paseará
sus sentimientos para compartirlos con Gon
(Gonzalo Lourerio), Alex, Alba, Blanca, Loli, Bernabé… No. No va por
ahí.
Me ha parecido un canto sublime al amor; un derroche hacia
lo que se admira, se quiere y se desea. Decía Antonio, la noche del Cervantes
en la presentación – en el Cervantes, también ocurren, los hechos cruciales de
la obra: “D’amore si muore” – no les pregunten el final a mi padre, comentaba:
se lo dice. Yo, tampoco, lo hago.
Este autor promete. Vendrán – estoy seguro – otras obras.
Sorprenderá porque es joven y tiene qué decir y sabe hacerlo y porque es como la
“Estrella errante” (Wandering Star) de Sam Wghtman y que Lee Marvin llevó al
cine. Él, ahora, la ha llevado a las páginas de una novela: “La chica que
sonría con los ojos”.
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