jueves, 25 de mayo de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Juegos de entonces...



25 de mayo, jueves. Carecíamos de casi todo. Algunos afortunados tenían una bicicleta. Yo siempre soñé con tener una bicicleta. No la tuve nunca. Tampoco tenía otras cosas. Todo aquello nos forjó de una manera que nos hizo ser cómo éramos.

Nunca sabíamos quien traía las ‘modas’. Un día, sin saber cómo ni por mano de quien aparecían los trompos: artilugios de madera torneada con una ranura en la panza. Con la ayuda de una guita se le daba impulso, giraba y giraba cuando se lanzaba al vacío.

El trompo podía “bailarse” individualmente, o en grupos. En el primero de los casos, cada uno, a su aire; en el segundo, se establecían turnos de participación.

El trompo era el impulso interior transmitido, como si toda la fuerza que almacenábamos, de pronto, saliese tras un giro del brazo que, al desenrollare, se iba en aquella peonza de madera. El trompo podía ser de punta roma o afilada. Más inocentes los primeros, con mala leche los segundos; los de punta roma, cuando impactaban en el suelo giraban de manera más acorde; los de punta afilada daban pequeños saltitos que se amortiguaban, cuando perdían fuerza.

En el centro de un círculo se colocaban los demás trompos cuando se jugaba en común. No siempre salían bien parados. Mas de una vez terminaban abiertos en dos mitades por la punta afilaba con regocijo de su lanzador y desolación del propietario.

La guita no podía tener nudos en su mediación y sí en uno de los extremos. Se remataba con una chapa (de una botella de cerveza o gaseosa). Excepcionalmente, una moneda de dos reales, que con su agujero, en el centro, permitía su sujeción entre los dedos índice y corazón, para quedar fijada, una vez que se había disparado el brazo.

El pincho utilizaba unos centímetros de metal afilado por uno de los extremos. Servía cualquier instrumento con punzante y un trozo de tierra humedecida. Sobre el suelo se dibujaba un cuadrado o un rectángulo. Se lanzaba alternativamente y mediante trazados de líneas geométricas se le hacía “perder” posesión de tierra al contrincante.  Alternativamente se lanzaba el turno se rebotaba o no se clavaba sobre la tierra.

Venían las bolas: de barro, cristalinas, de bronce… los “toreros”, la rueda (con el aro de un cubo de cinc o de una barrica de arenca…) y se impulsaba con un gancho que nos hacía correr por las calles en un ejercicio de equilibrio y habilidad.


 

 

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