Procesión nocturna.Fátima. Portugal
4 de mayo, jueves. Un correo de un amigo me informaba que ha estado con un grupo de peregrinos de Málaga por tierras de Fátima. Portugal, ese vecino al que tenemos tan cercano en el espacio y en ocasiones tan desconocido, los ha acogido como ya es proverbial que hacen con las personas que acuden a su suelo y si están guiados por su fe, entonces aún más.
Yo he estado dos veces en
Fátima. Una, hace un montón de años. Muy cercano a los cincuenta; otra, el año
pasado. La primera un Trece de Mayo. Ni les cuento. Horrible. No cabía más
gente. La aglomeración rayando en un escándalo.
La segunda, en otoño. En teoría no debía haber gente y, sin embargo,
estaba todo lleno…
La primera vez me encontré un
país que abría sus brazos a quien llegaba. Era, entonces aquel Portugal que se
había beneficiado de la Plan Marsall, surgido como impulso a Europa
después de la Segunda Guerra Mundial y había contado con ayudas excepcionales
para su economía y que la nuestra, por razones políticas, no las había
recibido.
Portugal contaba con magníficas
carreteras y con un parque de vehículos que nosotros casi envidiábamos, sobre
todo, los amantes a la automoción. Lo explicaban aduciendo que ellos no tenían
fabricación propia y que todos eran coches de importación de las grandes marcas
que imperaban en aquel tiempo en el mercado.
El año pasado – entre medio ha
habido un puñado de visitas a diferentes partes del país, desde Braganza al
Cabo de San Vicente, y muchas pasando por Lisboa, ¡qué ciudad Dios mío, qué
ciudad! con numerosas anécdotas, y obviamente he perdido la cuenta – me asombró
el fervor de las personas que en peregrinación de acercaban a Fátima y a todo
lo que rodea el santuario, los pastorcillos, el entorno…
Los rosarios por las noches,
las procesiones por aquella explanada inmensa, enorme, la manera con que la
gente se convertía en masa solo iluminada por la luz de las velas que yo veía
como llamas de una religiosidad tan personal, tan sentida por dentro y
exteriorizada para que los demás la viesen, que solo puede surgir cuando
alguien cree firmemente en aquello que está haciendo. Mi amigo me cuenta y no
acaba. Él, además, ha tenido la suerte de participar en un acto litúrgico
internacional. Mi amigo se siente un privilegiado y yo me congratulo con él.
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