jueves, 4 de mayo de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hitos del camino

 


 


                  Procesión nocturna.Fátima. Portugal


 4 de mayo, jueves. Un correo de un amigo me informaba que ha estado con un grupo de peregrinos de Málaga por tierras de Fátima. Portugal, ese vecino al que tenemos tan cercano en el espacio y en ocasiones tan desconocido, los ha acogido como ya es proverbial que hacen con las personas que acuden a su suelo y si están guiados por su fe, entonces aún más.

Yo he estado dos veces en Fátima. Una, hace un montón de años. Muy cercano a los cincuenta; otra, el año pasado. La primera un Trece de Mayo. Ni les cuento. Horrible. No cabía más gente. La aglomeración rayando en un escándalo.  La segunda, en otoño. En teoría no debía haber gente y, sin embargo, estaba todo lleno…

La primera vez me encontré un país que abría sus brazos a quien llegaba. Era, entonces aquel Portugal que se había beneficiado de la Plan Marsall, surgido como impulso a Europa después de la Segunda Guerra Mundial y había contado con ayudas excepcionales para su economía y que la nuestra, por razones políticas, no las había recibido.

Portugal contaba con magníficas carreteras y con un parque de vehículos que nosotros casi envidiábamos, sobre todo, los amantes a la automoción. Lo explicaban aduciendo que ellos no tenían fabricación propia y que todos eran coches de importación de las grandes marcas que imperaban en aquel tiempo en el mercado.

El año pasado – entre medio ha habido un puñado de visitas a diferentes partes del país, desde Braganza al Cabo de San Vicente, y muchas pasando por Lisboa, ¡qué ciudad Dios mío, qué ciudad! con numerosas anécdotas, y obviamente he perdido la cuenta – me asombró el fervor de las personas que en peregrinación de acercaban a Fátima y a todo lo que rodea el santuario, los pastorcillos, el entorno…

Los rosarios por las noches, las procesiones por aquella explanada inmensa, enorme, la manera con que la gente se convertía en masa solo iluminada por la luz de las velas que yo veía como llamas de una religiosidad tan personal, tan sentida por dentro y exteriorizada para que los demás la viesen, que solo puede surgir cuando alguien cree firmemente en aquello que está haciendo. Mi amigo me cuenta y no acaba. Él, además, ha tenido la suerte de participar en un acto litúrgico internacional. Mi amigo se siente un privilegiado y yo me congratulo con él.

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