sábado, 6 de mayo de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y Sevilla.

 

                         


                                      Plaza de Doña Elvira. Sevilla


6 de mayo, sábado. Así remataba un poema excepcional don Manuel Machado. Así es el encanto cuando no precisa de ningún adjetivo. Así es ese espacio único a orillas del Río Grande por donde vienen los barcos desde Sanlúcar y de más allá, desde esos mares que se pierden en la inmensidad del mapa.

Sevilla olía esta mañana a jacarandas en flor en los parques y a marea de camisetas rojas de los aficionados de Osasuna por las calles. Sevilla era un hervidero de gente que iba y venía. Ni de ninguna parte ni a parte alguna. Bueno, no es exactamente así. Salieron de su lugar de residencia no sé cuándo. Esperaban con una cerveza en la mano o deambulando, llenando todo el espacio, la hora del partido. Sevilla acoge la final de la Copa del Rey…

Entré orillando el río por la Calle Castilla y luego San Jacinto. Crucé el puente, miré al… Me pierdo entre la marea. El puente también está lleno de gente; las aguas de la dársena de piragüistas, de gente que hace deporte de remo…

Me adentré por el Arenal. Recordé a Cervantes y a Rinconete y Cortadillo y aquel barrio desde donde salían o a donde llegaban los galeones de América. Ilusión. Luego, viene el desencanto porque las derrotas llenan de tristeza los regresos y hacen más largas las distancias.

La escalinata del Patio de los Naranjos estaba llena de gente. Era otra gente diferente a la que hace cuatro siglos esperaban el paso del tiempo en la piedra dura. Esta gente tenía la ilusión en su cara, el canto en la boca y una bandera enarbolada al viento.

La Inmaculada, el monumento a la Inmaculada donde siempre. Han asedado la cara de la Giralda y parte de esa catedral que cuando firmaron las escrituras para levantarla dijeron aquello de “hagamos una catedral tan grande que los que vengan detrás nos tengan por locos”.

Callejeo por el Barrio de Santa Cruz. Un mosaico me dice que en aquel lugar pudo estar la casa de don Gonzalo de Ulloa, Comendador de Calatrava, padre de doña Inés. Don Juan se las andaría, por el Laurel en su convicción de que “los muertos que vos matáis, gozan de buena salud, don Luis”.

Embrujo, misterio, encanto, poesía que flota por el aire. “¡Ay barrio de Santa Cruz!, /¡oh plaza de Doña Elvira! / hoy yo voy a recordar / y me parece mentira” … Y, Sevilla.

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