martes, 30 de mayo de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rumores de ecos lejanos

 

 

                            


               Calleja de las Flores (Córdoba)


30 de mayo, martes. Entro por la Puerta de Almodóvar. Me pierdo en un dédalo de calles estrechas y encaladas. Todo es un laberinto que me lleva y me trae. Me cruzo con gente. Van, como yo, con Guía en mano. Se paran, leen. Siguen su camino. Admiran la belleza presente y, de vez en vez, algo del pasado.

Patios umbríos. Ahí no entra nunca el sol y si por un “si se atreviese”, lo cubren con todos de lona recia que abren durante la noche – por cierto, la contaminación lumínica de la ciudad oculta las estrellas- y lo cierran durante las horas donde más aprieta el sol.

Entre paredes que se dan la mano, en algunos lugares, arcos que se apoyan en los dos lados sostienen el peso de siglos. Me pregunto, naturalmente sin respuesta por las manos que los levantaron y colocaron sus ladrillos macizos.

Asoman al otro lado de las cancelas de hierro forjados - ¡qué preciosidad, Dios mío! - naranjos frondosos, plantas que aporta frescura, buganvillas que buscan en la altura la luz, la sagrada luz del sur que se las anda por los tejados. Ente pasadizos se deja ver el cielo. El cielo está azul. Alguien dijo que la mujer cordobesa tiene los ojos más bellos – en la tierra que en ocasiones se hace cielo -   de las mujeres de España. No lo sé. No lo discuto. Estoy de acuerdo.

Los judíos llegaron a Córdoba en tiempo muy lejano, tanto que se cree que ya había judíos en la época romana. En la musulmana habitaron fuera de las murallas y con los almohades sufrieron persecución.

Ahora, deambulo, un mediodía de sol ando entre indicadores con nombre de rumor lejano: Judíos, Averroes, Restaurante Sefardí, Casa Sefarad, Plaza de Levi Judá, Sinagoga de Córdoba …

Llego a la plaza de Tiberíades. Me paro ante la estatua que recuerda a Maimónindes. Los judíos ayudaron a Alfonso VI en la batalla del Salado – otra vez las guerras – el rey les concedió el permiso para construir una sinagoga. Luego, pasado el tiempo, vino la intolerancia. El integrismo almohade… Maimónides tuvo que abandonar su Córdoba amada.

Allá abajo, el río entre álamos blancos. Sobre el río el puente romano y aquí, delante de mí la Mezquita… Entro. Luego, ya fuera, me extasió, una vez más, en la Calleja de Flores ¿Cómo pude caber tanto en tampoco? La Judería podría hacer suya la sentencia de Rafael Guerra “Guerrita”, “Después de mí naide, Fuentes” Eso, eso…

 

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