30 de mayo, martes. Entro
por la Puerta de Almodóvar. Me pierdo en un dédalo de calles estrechas y
encaladas. Todo es un laberinto que me lleva y me trae. Me cruzo con gente.
Van, como yo, con Guía en mano. Se paran, leen. Siguen su camino. Admiran la
belleza presente y, de vez en vez, algo del pasado.
Patios umbríos. Ahí no entra
nunca el sol y si por un “si se atreviese”, lo cubren con todos de lona recia que
abren durante la noche – por cierto, la contaminación lumínica de la ciudad
oculta las estrellas- y lo cierran durante las horas donde más aprieta el sol.
Entre paredes que se dan la
mano, en algunos lugares, arcos que se apoyan en los dos lados sostienen el
peso de siglos. Me pregunto, naturalmente sin respuesta por las manos que los
levantaron y colocaron sus ladrillos macizos.
Asoman al otro lado de las
cancelas de hierro forjados - ¡qué preciosidad, Dios mío! - naranjos frondosos,
plantas que aporta frescura, buganvillas que buscan en la altura la luz, la sagrada
luz del sur que se las anda por los tejados. Ente pasadizos se deja ver el
cielo. El cielo está azul. Alguien dijo que la mujer cordobesa tiene los ojos
más bellos – en la tierra que en ocasiones se hace cielo - de las
mujeres de España. No lo sé. No lo discuto. Estoy de acuerdo.
Los judíos llegaron a Córdoba
en tiempo muy lejano, tanto que se cree que ya había judíos en la época romana.
En la musulmana habitaron fuera de las murallas y con los almohades sufrieron
persecución.
Ahora, deambulo, un mediodía de
sol ando entre indicadores con nombre de rumor lejano: Judíos, Averroes,
Restaurante Sefardí, Casa Sefarad, Plaza de Levi Judá, Sinagoga de Córdoba …
Llego a la plaza de Tiberíades.
Me paro ante la estatua que recuerda a Maimónindes. Los judíos ayudaron a
Alfonso VI en la batalla del Salado – otra vez las guerras – el rey les
concedió el permiso para construir una sinagoga. Luego, pasado el tiempo, vino
la intolerancia. El integrismo almohade… Maimónides tuvo que abandonar su
Córdoba amada.
Allá abajo, el río entre álamos
blancos. Sobre el río el puente romano y aquí, delante de mí la Mezquita… Entro.
Luego, ya fuera, me extasió, una vez más, en la Calleja de Flores ¿Cómo pude
caber tanto en tampoco? La Judería podría hacer suya la sentencia de Rafael
Guerra “Guerrita”, “Después de mí naide, Fuentes” Eso, eso…
No hay comentarios:
Publicar un comentario