7 de mayo, domingo. No quiso
perderse el acto. Llegó a su hora. Puede sonar a tópico. No lo es. Aquella
noche, la del viernes 5 de mayo, la luna se asomó al patio del Molino del Santo
Ángel en la calle conde de Ofalia, Gines, Aljarafe…
Se presentaba Talhara, Ed.
Algaida 2023, la primera novela de Antonio García Barbeito. Un acto, excepcional; un espacio que se quedó pequeño.
Sobró gente de pie y faltaron libros.
Hasta Gines en el Alfajarafe, el otero, que eso
significa Aljarafe, Talhara, o
sea Barbeito convocó a gente de Gines que respondió ¡Dios como le respondió el
pueblo!, de Sevilla, de Coria y de la Puebla, de Aznalcázar, Benacazón y de las Navas de
la Concepción, de Encinasola y de esos lugares donde la brisa juega al escondite
con las palmeras en el rebaje o llega, a duras penas, desde ese mar que los romanos llamaron Mare
Nostrum, en las noches de estío aguas arriba del Guadalhorce, al pie de El
Hacho.
Condujeron el acto Rogelio
Reyes, catedrático emérito de Literatura de la Universidad de Sevilla. Sabiduría,
borbotones de cátedra acumulada que se derramaron generosamente, y Francisco
Gallardo, médico y escritor. El primor del pespunte más oportuno, más acertado,
mas vivo de todo lo que se podía decir y dijo de Barbeito (porque Gallardo habló
del autor). Gallardo escribe como los ángeles. Su palabra tiene dos ‘inconvenientes’:
todo lo que dice es bello y deja a uno siempre con ganas, con muchas ganas.
Cerró el acto, emocionado, con
la voz de quien se ve roto que no sorprendido porque a Barbeito, el niño que
pidió el libro donde se aprenden las palabras, que le regaló su padre, y que le
costó 26 pesetas… no podía extrañarle la
respuesta de la noche. Él sabe que la novela, Talhara, como el lugar,
ese molino donde ahormó su armazón de hombre, es algo que rompe moldes.
En Talhara aparecen personajes
vivos, tocados por el hálito mágico del poeta. Gente real. La vida de tres generaciones.
Sobresalen tres mujeres: Ana, Concha y Aurora. Un abanico de personajes. Hay
quien se empeña en ponerles cuerpo. Barbeito le ha puesto, encanto, misterio, la
delicadeza de lo sublime. Uno lee y relee y casi comprende el asombro de su padre,
cuando aquella noche le dijo a su madre: “Modesta, este niño va a acabar conmigo, me
ha pedido un diccionario…” Ahora, acaba de regalarnos una obra bellísima
como la flor de los jacarandas, como el silbido del tren que cruzaba por la
vega del Guadiamar.
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