21 de mayo, domingo. En una
ocasión leía a Josep Pla: “En Inglaterra, escribía, hay muchos mirlos” (Cartas
de lejos. Ed. Austral) y luego añadía, que en Oxford solía pasar ratos
mirando a estos pájaros sobre la hierba de los claustros de los colegios… Y
otras cosas, claro.
Yo, de Oxford recuerdo, además,
un mensaje del guía que nos introducía por aquel Sancta Santorum del
saber entre retratos de personalidades ilustres a lo que son tan aficionados
los ingleses. “Pueden pisar, nos dijo, el césped de los todos los jardines
menos el de los claustros porque ese es un privilegio reservado a los
estudiantes”.
A mí, muchas mañanas, me
esperan cuando llego al campo los mirlos de la huerta. Son menos cultos que los
mirlos ‘hijos de la Gran Bretaña’ pero son tan pillos como aquellos porque
todos los mirlos tienen la apariencia de docilidad, pero nunca te dejan que te
acerques a ellos.
Hace unos días vino a echar un
rato Rafael Nuño. Desde lo alto de un cable del teléfono, uno de ellos, nos
observaba, en la seguridad de su altura. Luego cuando abandonamos la rosaleda,
él, como quien está en los suyo se bajó y se vino a andar entre los arriates.
Los mirlos son muy dados a
buscar bichillos entre el estiércol. El mirlo es un gran insectívoro, aunque le
guste comer casi de todo lo que puede encontrar y llevárselo al buche. Esos
mirlos de huerta son tanto o más listos que los mirlos de los parques y los
jardines de las ciudades. Cuando voy a Madrid los veo en El Retiro y esos
mirlos – a veces lo he pensado para mis adentros – tienen una experiencia
superior a los mirlos del campo de los pueblos. Ellos, ven pasar a miles de
visitantes de esa población flotante que acudimos a Madrid esporádicamente.
Pla contaba que él se dedicaba
a mirarlos a veces sentado sobre una piedra mientras se fumaba un cigarrillo.
La verdad que habría sido muy interesante saber que se decían entre sí el
maestro de Llofríu y los mirlos ingleses…
Recuerdo a mi amigo Pedro
Márquez, “Periquito el de las vacas” las que tiraban de la carreta de la
Virgen de Flores en la romería. En una ocasión me contó que había una mirla
empicada a la almáciga de los tomates y se lo escarbaba continuamente…, y “yo,
me decía, cuando la veo, le digo: ¿ya estás aquí otra vez? ¡que te conozco, que
te conozco”…
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