jueves, 27 de octubre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Juegos perdidos

             

 

           Plaza Fuentarriba. Álora (Málaga)


27 de octubre, jueves. El niño compartía con otros niños, en las horas que precedían a la entrada de la escuela, los juegos que, cíclicamente, llegaban cada temporada. Eran juegos simples, rudimentarios… Casi siempre nacían de la necesidad.

Llegaban el ‘pincho’, las ‘bolas’ – en otros sitios las llaman canicas – pero el niño y sus amigos siembre las llamaron ‘bolas’, a los toreros. Cuando la cosa subía de tono se jugaba “al laya”, a “certina la lerta”, o con un aro de cinc de un cubo viejo o el fleje de una barrica de arencas se hacía una rueda que, empujada con un artilugio de alambre recio, servía para “dar” un paseo que no era más que ir y volver corriendo desde la Plaza a la Cancula.

En la plaza quedaba sin asfaltar un trozo. Estaba delante de la Droguería de El Pintor. Era terrizo. El niño no sabía que aquello era parte del solar del antiguo convento de las monjas derribado en la guerra. Pero todo estaba muy lejos entonces: la guerra, las monjas, el convento, el mundo del que hablaban los mayores y que el niño no entendía…

Cuando llovía la tierra se reblandecía. Estaba propia para lanzar una lima vieja o un clavo grande - el pincho – que iba apropiándose de otros trozos de tierra arrebatados a los compañeros de juego. Era peligroso pero el niño, y los otros niños tampoco eran conocedores, que el clavo disparado podía ser un proyectil. Los niños nunca son conscientes de los peligros que los rodean.

Las bolas eran de barro cocido. Algunos niños tenían bolas de bronce que provenían de cojinetes de vehículos desguazados. Las bolas de bronce cuando golpeaban con fuerza sobre las otras de barro las solían romper. Los niños entonces sentían la rabia y la impotencia de quien sabiéndose superior abusada de su poder contra los más débiles.

El niño miraba el reloj de la torre del ayuntamiento y antes que la aguja grande marcase las tres, con los otros niños con los que compartía juegos, se iban calle abajo camino de la escuela, sabedores de que durante dos horas las libertad se encerraba entre cuatro paredes que en su testero principal tenía dos fotografías de señores importantes y en el centro un Crucifijo. Sobre la mesa del maestro, algún libro viejo y la cabeza de cerámica de un chinito donde se recogía el dinero para las Misiones…

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