Plaza Fuentarriba. Álora (Málaga)
27 de
octubre, jueves. El niño compartía con otros niños, en las horas
que precedían a la entrada de la escuela, los juegos que, cíclicamente,
llegaban cada temporada. Eran juegos simples, rudimentarios… Casi siempre
nacían de la necesidad.
Llegaban el ‘pincho’, las ‘bolas’ – en otros sitios las llaman canicas – pero el niño y sus
amigos siembre las llamaron ‘bolas’,
a los toreros. Cuando la cosa subía
de tono se jugaba “al laya”, a “certina
la lerta”, o con un aro de cinc de un cubo viejo o el fleje de una barrica
de arencas se hacía una rueda que, empujada con un artilugio de alambre recio,
servía para “dar” un paseo que no era
más que ir y volver corriendo desde la Plaza a la Cancula.
En la plaza quedaba sin
asfaltar un trozo. Estaba delante de la Droguería de El Pintor. Era terrizo. El niño no sabía que aquello era parte del
solar del antiguo convento de las monjas derribado en la guerra. Pero todo
estaba muy lejos entonces: la guerra, las monjas, el convento, el mundo del que
hablaban los mayores y que el niño no entendía…
Cuando llovía la tierra se
reblandecía. Estaba propia para lanzar una lima vieja o un clavo grande - el
pincho – que iba apropiándose de otros trozos de tierra arrebatados a los
compañeros de juego. Era peligroso pero el niño, y los otros niños tampoco eran
conocedores, que el clavo disparado podía ser un proyectil. Los niños nunca son
conscientes de los peligros que los rodean.
Las bolas eran de barro cocido.
Algunos niños tenían bolas de bronce que provenían de cojinetes de vehículos
desguazados. Las bolas de bronce cuando golpeaban con fuerza sobre las otras de
barro las solían romper. Los niños entonces sentían la rabia y la impotencia de
quien sabiéndose superior abusada de su poder contra los más débiles.
El niño miraba el reloj de la
torre del ayuntamiento y antes que la aguja grande marcase las tres, con los
otros niños con los que compartía juegos, se iban calle abajo camino de la
escuela, sabedores de que durante dos horas las libertad se encerraba entre cuatro
paredes que en su testero principal tenía dos fotografías de señores
importantes y en el centro un Crucifijo. Sobre la mesa del maestro, algún libro
viejo y la cabeza de cerámica de un chinito donde se recogía el dinero para las
Misiones…
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