miércoles, 5 de octubre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Calima de otoño

 

                            

          

            Monumento a San Juan Bosco. Plaza de Fuente Olletas (Málaga)


5 de octubre, miércoles. Ayer, a mediodía, bajé a Málaga. Málaga estaba radiante. El sol agazapado detrás de la calima que trae en sus entrañas ese viento cargado de polvo en suspensión del desierto  que dicen que viene de no sé qué parte del otro lado de la mar…

 

Era día de compartir el rato con un grupo de amigos. Era el día de contarnos cosas y darnos noticias de esas que no llevan a ningún sitio pero que uno necesita porque hay que ir andando el camino. Ya sabe, nada importante, pero necesario.

 

Málaga ya casi se viste de otoño en los árboles de la calle, en el parque, en los arriates de las medianas. Andaban de poda en Calle Hilera y los almeces que están tocados de ala, o sea, con las hojas que han perdido el puntito de vigor del verano, anuncian que aunque haga calor, es tiempo de otoño. Los ‘palos borrachos’ – blancos y rosáceos – también lo cantan.

 

Está muy cambiada Fuente Olletas. Hacía años que no pasaba por allí. ¡Con la de veces que le hablaba de tú a aquellas aceras! Han colocado un busto de don Bosco, en el centro de la glorieta, en bronce. Don Bosco echa sus manos protectoras sobre los hombros de gente menuda. Un niño juega con un cometa y una niña salta a la patacoja…

 

En la primera curva, conforme se asciende por la Cuesta de la Reina, el Seminario se asomaba por los pimpollos de los eucalitos al otro lado de un montón de villas que han crecido de manera desordenada. En las tapias buganvillas moradas, algunos jazmines aún en flor, enredaderas, yucas, pantas de cactus…

 

Todo es ensueño y magia, nostalgia y recuerdos que se agolpan, tiempos que fueron y no volverán a ser, como tampoco lo seremos nosotros.  Málaga, siempre Málaga. Ascendía, sorteaba las mismas curvas de siempre, pero sin tránsito de antes. Se agolpaban los recuerdos.

 

Los amigos de ahora esperaban en el Ventorrillo de Santa Clara.  Entonces aquello, cuando uno era muchacho, era una venta de carretera, desconocida. Los amigos eran otros y ninguno estaba hoy en este encuentro. Hace unos días se cumplieron ‘solo’ los primeros sesenta y tres años... Nos devora el tiempo. Se han empujado entre sí los recuerdos y, después, han vuelto a donde tienen que estar: en el fondo de uno mismo.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario