Monumento a San Juan Bosco. Plaza de Fuente Olletas (Málaga)
5 de octubre, miércoles. Ayer,
a mediodía, bajé a Málaga. Málaga estaba radiante. El sol agazapado detrás de
la calima que trae en sus entrañas ese viento cargado de polvo en suspensión
del desierto que dicen que viene de no
sé qué parte del otro lado de la mar…
Era día
de compartir el rato con un grupo de amigos. Era el día de contarnos cosas y
darnos noticias de esas que no llevan a ningún sitio pero que uno necesita
porque hay que ir andando el camino. Ya sabe, nada importante, pero necesario.
Málaga
ya casi se viste de otoño en los árboles de la calle, en el parque, en los
arriates de las medianas. Andaban de poda en Calle Hilera y los almeces que están
tocados de ala, o sea, con las hojas que han perdido el puntito de vigor del
verano, anuncian que aunque haga calor, es tiempo de otoño. Los ‘palos
borrachos’ – blancos y rosáceos – también lo cantan.
Está
muy cambiada Fuente Olletas. Hacía años que no pasaba por allí. ¡Con la de
veces que le hablaba de tú a aquellas aceras! Han colocado un busto de don
Bosco, en el centro de la glorieta, en bronce. Don Bosco echa sus manos protectoras
sobre los hombros de gente menuda. Un niño juega con un cometa y una niña salta
a la patacoja…
En la
primera curva, conforme se asciende por la Cuesta de la Reina, el Seminario se
asomaba por los pimpollos de los eucalitos al otro lado de un montón de villas
que han crecido de manera desordenada. En las tapias buganvillas moradas,
algunos jazmines aún en flor, enredaderas, yucas, pantas de cactus…
Todo es
ensueño y magia, nostalgia y recuerdos que se agolpan, tiempos que fueron y no
volverán a ser, como tampoco lo seremos nosotros. Málaga, siempre Málaga. Ascendía, sorteaba las
mismas curvas de siempre, pero sin tránsito de antes. Se agolpaban los
recuerdos.
Los
amigos de ahora esperaban en el Ventorrillo de Santa Clara. Entonces aquello, cuando uno era muchacho, era
una venta de carretera, desconocida. Los amigos eran otros y ninguno estaba hoy
en este encuentro. Hace unos días se cumplieron ‘solo’ los primeros sesenta y
tres años... Nos devora el tiempo. Se han empujado entre sí los recuerdos y,
después, han vuelto a donde tienen que estar: en el fondo de uno mismo.
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